Javier Ruffino
Los años 20 fueron un
momento en el que parecía que el modelo político y económico liberal estaba en
su mayor auge. La expansión de los EEUU -en el ámbito internacional-, la
consolidación del régimen democrático argentino dentro de un contexto de orden
durante la Presidencia de Alvear, parecían dar la razón a esta convicción. Sin
embargo, el mundo había pasado por la Primera Guerra Mundial, y como
consecuencia de la misma, la amenaza de la Revolución roja, triunfante en
Rusia, se hacía sentir en las naciones de Occidente. Como reacción ante dicho peligro había
surgido en Italia el Fascismo, mostrando la posibilidad de que podía existir un
“nuevo orden” que contuviera y encausara el caos revolucionario. Por otra
parte, situaciones de revoluciones y guerras internas se daban en países como
Portugal o México. En España, la crisis seguida al desastre del 98 condujo a la
instauración de la Dictadura del General Primo de Rivera. Y en Francia, Nación
que siempre fue muy tenida en cuenta por la intelectualidad argentina, se encontraba
consolidada la Acción Francesa como una fuerza contrarrevolucionaria. Eran años
preñados de cosas nuevas en el ámbito de la política. Es justamente en este
contexto que el Nacionalismo argentino va a tener sus primeras manifestaciones
a partir de la publicación de nuevos periódicos. Primero La Voz Nacional, de vida efímera, por iniciativa del médico entrerriano
Juan Carulla; luego, La Nueva República, Órgano del Nacionalismo
Argentino -como se subtitulaba-, a partir del año 1927. Analizaremos a
continuación cuál era la línea fundamental que poseía dicho periódico. Para
eso, luego de presentar escuetamente al mismo -su origen, su director, su
staff, sus colaboradores-, trataremos de indagar, a través del análisis de
algunos de sus artículos y de las personalidades más relevantes del ámbito de
la cultura que eran tomadas como referentes, qué principios eran defendidos
desde sus páginas .
EL PERIÓDICO
El periódico La Nueva República se dio a conocer el
1° de diciembre del año 1927. El director del mismo fue Rodolfo Irazusta,
encargado de la sección política. Los redactores habituales fueron Julio
Irazusta -hermano de Rodolfo-, Ernesto Palacio y Juan Carulla. A éste último se
debe que el periódico llevara por subtítulo Órgano
del Nacionalismo Argentino.
“Rodolfo
Irazusta, con menos cultura libresca que sus compañeros, había sido formado por
su padre para la acción, en la que intervino desde muy joven, tomando parte en
la vida de comité, desde el retorno del radicalismo al comicio...Durante un
viaje a Europa...cayó bajo el influjo de Maurras...
Como escritor
Rodolfo Irazusta fue el periodista nato...
Ernesto
Palacio..tenía acabada formación literaria, y siendo un admirable poeta, se
atuvo a la prosa...Fue...el petit anarchiste que Maurras confesó haber sido en su extrema juventud...Entre los años
23 y 27 César Pico había hecho de Ernesto Palacio un católico ferviente y un
hombre de orden...
Julio Irazusta
había sido omnívoro pero desordenado lector, hasta que fue a Europa en
1923...Antes de cesar su rechazo a Maurras, y de admirarlo, Julio Irazusta
tenía formado el criterio político con que estudió los clásicos de la
materia...
En el segundo
número del periódico aparece como editorialista...el Dr. Juan E. Carulla,
médico entrerriano residente en Buenos Aires, procedente del anarquismo, a
quien la guerra europea, en la que participó como profesional en el frente de
Francia, lo hizo evolucionar. Allá volviose asiduo lector de la Acción
Francesa.”[1]
El periódico contó además con
colaboradores habituales, como César Pico -que tan importante actuación tuvo en
la conversión de Palacio hacia la Fe y el Orden-, Alberto Ezcurra Medrano –uno
de los precursores del Revisionismo histórico argentino-, y Tomás Casares –que
tendría una destacada actuación en la Justicia-.
El periódico tiraba cuatro páginas
quincenales, que además de analizar la situación política del momento propagaba
sólidos principios doctrinales. Luego salió semanalmente, y durante algún
tiempo llegó a ser diario. Entrados los años 30 desapareció y fue reemplazado
por otros periódicos como Crisol o Bandera Argentina. Sin embargo nadie
podrá negarle el mérito de haber sido el primer gran difusor de los principios
sobre los que se desarrollaría el Nacionalismo posterior.
LOS PROPÓSITOS DEL PERIÓDICO
La Argentina de la década del 20, en
particular la del período alvearista, se caracterizó por la paz y la
prosperidad creciente. En 1926 nuestro país había exportado once millones de
toneladas de productos agropecuarios. “En
medio de esta euforia, un grupo de jóvenes escritores procedentes de los más
diversos sectores políticos, se reunía y conversaba acerca de una revista que
sometiera aquella brillante apariencia al cernidor de una crítica rigurosa”[2].
El objetivo se concretó, como ya señalamos más arriba, el 1° de diciembre de
1927, cuando salía a la luz pública La
Nueva República. Ese primer número era categórico, no dejaba ningún lugar a
dudas: “La sociedad argentina pasa por
una profunda crisis. La robustez del organismo hace que el mal se
oculte....pero él existe y es profundo”[3].
Así se presentaba el nuevo periódico, en
un editorial titulado “Nuestro Programa”.
¿Por qué hablar de crisis en un momento en
el que todo parecía marchar en forma exitosa? El mismo artículo trae la
respuesta: la crisis que sacude a la sociedad argentina es de orden espiritual,
y tiene su origen en las ideologías que se habían difundido en las décadas
anteriores. “Cuarenta años de
desorientación espiritual han producido en nuestras clases directivas, sobre
todo universitarias, el más grande caos de doctrinas e ideologías”[4].
Las ideologías que enfermaban el organismo social eran aquéllas nacidas a
partir de la Revolución Francesa. En el mismo número 1 Ernesto Palacio lo
dejaba clarísimo en el artículo titulado en forma contundente “Organicemos la Contrarrevolución”: “Tenemos a nuestras espaldas más de medio
siglo de desorientación espiritual. Los sofismas del romanticismo y la revolución
francesa, que emponzoñaron toda la actividad pensante de varias generaciones
argentinas”[5].
El mito de la soberanía popular difundido
por la Revolución había llevado al desconocimiento de las jerarquías: “Negación de la jerarquía sobrenatural de la
Iglesia de Cristo; negación de la jerarquía natural del Estado. Predominio del
arbitrio individual...”[6]
Esta situación se veía agravada por la difusión de estos principios a través de
la educación impartida en los ámbitos escolares y académicos, producto de la
ley 1420 y de la Reforma Universitaria: “La
escuela laica y el sectarismo de la enseñanza que se imparte en nuestros
colegios y universidades, unidos a la prédica disolvente de los partidos
avanzados y a la propaganda de la prensa populachera, contribuyen al
mantenimiento de se estado de espíritu”. La demagogia a la que había
contribuido la difusión de la democracia, y el “obrerismo bolchevizante”, producto de la influencia de la
Revolución Rusa, también eran denunciados por Palacio.
Frente
a los males enumerados correspondía recuperar el Orden. El artículo concluía
poniendo el ejemplo de dos naciones que marchaban en esa senda: la España del
General Primo de Rivera, y la Italia de Benito Mussolini.
PRINCIPIOS SOSTENIDOS POR EL PERIÓDICO
Hemos dejado planteado el propósito
claramente “restauracionista” que el periódico tenía. Los principios que lo
animaban iban en esa línea. Presentaremos escuetamente algunos de los mismos
sin pretender agotar el tema.
En primer lugar, y ya hemos hecho
referencia a ello, el periódico dejaba en claro la necesidad de recuperar las jerarquías en el orden social. La
demagogia reinante, reiteradamente denunciada, debía ser reemplazada por la
excelencia. “Quince años de demagogia,
han bastado para desquiciar todos los organismos del Estado”, sentenciaba
el programa presentado en el número uno; “La
jerarquía en las funciones del Estado”, se titulaba un artículo escrito por
Rodolfo Irazusta en el mismo número.
Este análisis nos lleva a otro de los
temas que aparece en los primeros números: la necesidad de distinguir entre el
sistema republicano y la democracia. Frente a la exaltación de la “democracia”
que siguió a la Ley Sáenz Peña, y que es impulsada a partir del triunfo del
Radicalismo, pero que en realidad ya era parte del discurso circulante desde la
imposición de la filosofía liberal con la sanción de la Constitución de 1853,
los “neorrepublicanos”, se dedican a
distinguir “república”, entendida como un sistema orgánico sustentado en
Instituciones, de la “democracia”,
con toda la carga de plebeyismo e inorganicidad que dicho régimen supone. En
este sentido, se preocuparon de demostrar que en realidad la Constitución de
1853 en ningún momento hace referencia al sistema democrático[7].
En el número 12 del periódico se señalaba que “en los ciento y tantos
artículos de la constitución del 53, ni una sola vez se habla de la
democracia...Esto se debe a que sus autores, algunos de ellos muy cultos,
conocían los clásicos políticos y sabían el verdadero significado de los
vocablos. Sabían que la Democracia era el desorden, la crisis de las repúblicas
y de las monarquías y no un sistema de gobierno y tenían fresco el recuerdo de
los horrendos crímenes que el desborde del Demos había producido en Francia en
el año 93”. Es claro que la crítica se dirige más a las consecuencias de la
Ley Sáenz Peña, que hizo efectiva la democracia
-y su consecuencia la demagogia-,
que al texto mismo de la Constitución. Esta primera generación nacionalista,
que tenía clarísimos los principios fundamentales, todavía no había
desarrollado una postura profundamente crítica acerca del texto de la
Constitución, y del espíritu que la animaba: esto es, el Liberalismo sobre el
que la misma se sustenta, causa directa de la irrupción democrática. Nos dice
al respecto Antonio Caponnetto: “Era a
ésta (la ley Sáenz Peña) y no a la Ley del ’53 a la que atacaban los primeros
revisionistas, puestos a hacer política...”[8]
En el número 13, del 5 de mayo de 1928, se vuelve a remarcar la diferencia entre el
sistema republicano proclamado por la Constitución y la democracia: “Este espíritu republicano ha sido
desvirtuado por el partido democrático que nos gobierna desde hace veinte
años...La democracia ha podido hasta ahora con el régimen autonómico y con el
principio de autoridad, y quizá emprenda de aquí a poco decididos ataques
contra el régimen de la propiedad y la familia”. La crítica a la democracia
va intrínsecamente unida a la condena del sufragio universal. No sólo porque
permite el triunfo de lo más bajo, sino porque detrás de la propaganda
electoral que dicho método de elección exige, opera en forma oculta una “plutocracia” que busca obtener sus
propios beneficios: “Se sabe...que en
Francia se opera subterráneamente, al mismo tiempo que la propaganda
eleccionaria, una batalla de grupos industriales, de concesionarios de Estado,
de compañías coloniales...Ningún régimen es tan caro como el democrático”.[9]
Digamos finalmente, para cerrar este tema,
que La Nueva República mostró con claridad la enemistad del Nacionalismo con la
Democracia: “La democracia es el reino de
la impostura...triunfa el que miente mejor...EL nacionalismo persigue el bien
de la nación, de la colectividad humana organizada; considera que existe una
subordinación necesaria de los intereses individuales, al interés de dicha
colectividad...Los movimientos nacionalistas actuales se manifiestan en todos
los países como la restauración de los principios políticos tradicionales, de
la idea clásica del gobierno, en oposición al doctrinarismo
democrático...Frente a los mitos disolventes de los demagogos erige las
verdades fundamentales que son la vida y la grandeza de las naciones: orden,
autoridad, jerarquía”.[10]
La crítica a la
Democracia lleva a los miembros de la Nueva República a abrevar en las fuentes
clásicas, donde redescubren el valor de la “forma
mixta” de Gobierno. Bajo el título “La
forma mixta de gobierno”, escribía Rodolfo Irazusta en el número 5 del
periódico: “Todos los gobiernos son
monárquicos, aristocráticos y democráticos al mismo tiempo...Platón,
Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Vico, Rivarol reconocen como la
mejor forma de gobierno a aquella que
concilie los anhelos de libertad con las exigencias de la autoridad. La
aparición de los ideólogos con sus constituciones escritas provocó el olvido
del orden tradicional que se había establecido espontáneamente”. Esta
defensa del régimen mixto lo lleva a condenar a la Democracia moderna: “La democracia sistemática que conocemos, es
lo más absurdo que hay, es el pecado contra el espíritu”.
La referencia al “pecado” que representa la Democracia nos lleva a otro punto
importante en el pensamiento del grupo, y es la relación que establecen entre
política y moral. En un artículo firmado por Tomás Casares se afirma: “el Estado no legisla, organiza ni manda en
vista de la felicidad inmediata de los súbditos. Legisla, organiza y manda para
disponer el ambiente social en que cada súbdito halle la posibilidad y aun
véase constreñido a realizar un destino que no es fruto de su arbitraria
elección individual, sino que le es propuesto y moralmente impuesto por una ley
superior a todo humano arbitrio[11]”.
La concepción moral planteada por Casares
remitía a un principio teológico al que el jurista se remitía explícitamente: la Ley de Dios. Esto lleva a analizar
qué concepto tenían estos hombres acerca de la relación entre el Estado y la
Iglesia. Aquí también se mostraron en profundo desacuerdo con el Liberalismo
establecido: “El Estado vive en una
sociedad y su religión no puede ser otra que la de la sociedad. Tal es el caso
del Estado argentino cuya religión no puede ser otra que la de la sociedad
argentina. La sociedad argentina es católica desde su nacimiento”.[12]
La profunda crítica
al Liberalismo, a la Democracia y a la Demagogia, llevó a iniciar una revisión del
relato del pasado argentino construido a partir de Mitre. Lo que para éste eran
valores identificados con la Nacionalidad, para los miembros de La Nueva
República eran antivalores, y era falso identificar a la Nación con los mismos.
Es en esta perspectiva que en el número 16 se cuestiona el relato clásico sobre
la Revolución de Mayo. Ésta no tenía nada que ver, para los “neorrepublicanos”,
ni con la Revolución Francesa, ni con la Democracia, ni el Liberalismo. Por
supuesto que había que esperar hasta los años 30 para que se inicie un
movimiento de revisión a fondo, pero era un primer paso.
AUTORES CITADOS
Otra perspectiva desde la cual abordar la
postura del periódico es analizar a los pensadores y autores citados y
comentados en sus páginas. Cuando optamos por este método se refuerza la
constatación de la postura claramente contrarrevolucionaria del periódico.
Aparecen Joseh de Maistre, Chesterton, Donoso Cortés, León XIII....
Como muestra basta un botón. Terminábamos el
apartado anterior refiriéndonos a la crítica a la Revolución Francesa, de la
cual se quería separar a nuestra Revolución de Mayo. Oponerse a los efectos de
la Revolución Francesa es el núcleo central de una postura
contrarrevolucionaria. Justamente en el número del 26 de mayo de 1928 Juan
Carulla comentaba el libro de Pierre Gaxotte sobre La Revolución Francesa:
“...la
revolución francesa ha sido y es nefasta...Todas las fallas de nuestra
organización política y de nuestra cultura tiene su origen en ese
comienzo...Las generaciones han venido recibiendo una cultura superficial y
equivocada en sus fines. Su resultado se llama democracia absoluta...Extinguida
la generación de la Independencia...se estableció el predominio de los secuaces
de Rousseau...
Gaxotte....(ha
mostrado) que la leyenda heroica de la Revolución Francesa es una fantasía
teatral, que oculta un fondo de lodo y de sangre...
...La
Revolución Francesa no difiere en nada de las demás revoluciones que ha
conocido la historia. Mentira que haya contribuido al progreso de los pueblos.
Mentira que haya mejorado la situación económica de la clase obrera. Mentira
que haya suprimido las guerras…La Revolución…lo único que consiguió realmente,
(es) matar, masacrar y mutilar a 20.000.000 de hombres, destruir las jerarquías
naturales indispensables para los pueblos e inficionar el mundo de absurdas
doctrinas que aún siguen haciendo estragos.”
CONCLUSIÓN
Al analizar esta primera expresión del
Nacionalismo Argentino que fue el periódico La Nueva República emerge con
claridad que el mismo significó una reacción contundente contra la Democracia,
el Liberalismo y la Izquierda revolucionaria. El Nacionalismo significó por
tanto, en la historia de nuestra Patria, la primera y principal fuerza
reaccionaria y contrarrevolucionaria del siglo XX . Lo que vino después, sobre
todo a partir de los años 50, 60 y 70 –el llamado “nacionalismo de izquierda”-
no es más que lo radicalmente opuesto, una deformación monstruosa de lo que el
auténtico Nacionalismo fue en sus orígenes.
[1]
Irazusta, Julio. El Pensamiento político
nacionalista. De Alvear a Yrigoyen, 15-18
[2]Ibídem, 2.
[3] La Nueva República. Año I. N° 1. Dic. 1
de 1927.
[4] Íbidem.
[5] Íbidem.
[6] Íbidem.
[7] Esto es
obra del Pacto de Olivos de 1994, consagrándose el culto a la nueva “deidad”
difundido a partir del Alfonsinismo.
[8]
Caponnetto, Antonio. Los críticos del
revisionismo histórico. T. I, 74.
[9] La Nueva República. Año I. N° 11.
[10] La Nueva República. Año I. N° 13.
[11] La Nueva República. Año I. N° 4.
[12] La Nueva República. Año I. N° 12.