12 de agosto de 2008

LA MUERTE DE ALEXANDER SOLZHENITSIN: LO QUE LA DERECHA CALLA


Estaba acostumbrado a ser escupido por la izquierda mundial gracias a su denuncia del totalitarismo comunista. Pero la derecha no le trató mucho mejor. Sepan por qué.


El pasado día 4 de agosto los teletipos de todo el mundo entraban en ebullición a causa de la muerte de Alexander Isayevich Solzhenitsin.

Para la izquierda mundial, Solzhenitsin era una de las bestias negras que había voceado a los cuatro vientos el genocidio "progresista", que contaba con la conjura del silencio de todos los partidos "avanzados" de occidente. De ahí que cuando, en España, en plena época de Franco, Solzhenitsin espetara a la "oposición antifranquista" –casi totalmente monopolizada por la izquierda- que ellos no tenían la más remota idea de lo que era una dictadura, esa misma "oposición" recurriera a todo su arsenal propagandístico para denostar a Solzhenitsin, algo que aún hoy todavía reverbera en el artículo de Gabriel Albiac en La Razón con motivo de la muerte de nuestro autor. La izquierda española recurrió, como estrategia defensiva, a la falsedad propagandística que le ha otorgado la hegemonía cultural e ideológica en el planeta entero y que ha logrado hacer creer, por ejemplo, que Salvador Allende o la "revolución de los claveles" luchaban por la "democracia".

Esto es, sin embargo, una sola de las posibles respuestas a los certeros ataques de un personaje de la talla de Alexander Solzhenitsin. La otra estrategia es la que ha adoptado lo que se denomina hoy "derecha" o "centro-derecha" en Occidente para no admitir que el modelo que ellos propugnan fue igualmente atacado por Solzhenitsin. Esta otra respuesta posible es el silencio, el prescindir de lo que no interesa para reivindicar el personaje como propio.

Y es que Solzhenitsin pertenece a una de esas categorías de hombres no asimilables por la modernidad. Por eso la derecha ha preferido reivindicar, en exclusiva, al Solzhenitsin anticomunista. Así, en España los medios críticos con el poder de la izquierda se han entregado en cuerpo y alma a esta nueva vía de manipulación informativa. Así, La Razón titulaba su reportaje "Solzhenitsin: la huella del horror estalinista". José María Marco reiteraba exactamente el mismo mensaje en su artículo titulado "El azote del comunismo" y un tal Toni Montesinos nos informaba de que "Su ejemplo es el de un autor que maneja la palabra para denunciar la brutalidad política". Por su parte, ABC abría con el titular: "Muere Solzhenitsin, escritor que reveló los campos de exterminio soviéticos" y El Mundo nos informaba de que Alexander Solzhenitsin era "el hombre del ´gulag´" que había abierto "una mirilla en el Telón de Acero para que Occidente viera la tramoya sangrienta del monoteísmo" (¡?).

Todos estos textos e informaciones ocultan, invariablemente, el Solzhenitsin inasimilable, es decir, el que pensaba que, si bien el comunismo había fracasado, la versión del otro proyecto de la modernidad, el que ahora impera en Occidente, había fracasado igualmente. Este mensaje, de una u otra forma, Solzhenitsin lo transmitió siempre convirtiéndose por ello en uno de esos "malditos" que, sin embargo, son tan grandes que no se pueden obviar ni siquiera por la propaganda. Son autores cuya personalidad es necesario maquillar, en la medida de lo posible, para que sirvan a la causa y no provoquen problemas.

Y es que la realidad es muy otra y lo es, además, desde hace mucho tiempo. El jueves 8 de junio de 1978 nuestro autor pronunciaba su célebre conferencia en Harvard. El texto es un formidable toque de atención al modelo político, social e ideológico occidental que combatía al comunismo soviético; ese mismo modelo que se reivindica sin embargo hoy como el anhelo supremo de todos los pueblos de la tierra. En plena escalada de armamentos Solzhenitsin acababa su conferencia diciendo: "Supone un retroceso atarse uno mismo a las esclerotizadas fórmulas de la Ilustración. El dogmatismo social nos deja completamente indefensos ante el juicio de nuestra época. Incluso si nos salvamos de ser destruidos en una guerra, nuestras vidas tendrán que cambiar si queremos salvar nuestra vida de la autodestrucción. Nos resulta inevitable revisar las definiciones fundamentales de la vida y de las sociedades humanas. ¿Es verdad que el hombre está por encima de todo? ¿Es verdad que no hay espíritu superior por encima de él? ¿Es cierto que la vida del hombre y las actividades sociales se ven determinadas, en primer lugar, por el crecimiento material? ¿Se puede permitir promover tal expansión a expensas de nuestra integridad espiritual?"

Estas preguntas, a las cuales este mundo que han construido para nosotros respondería siempre afirmativamente, revelaban que Solzhenitsin veía un profundo parentesco entre el Gulag que denunciaba en sus novelas y el Occidente de 1978 y de 2008. Tras llamarnos la atención acerca de la frase de Karl Marx, tomada del "Manifiesto Comunista", en la que decía que "el comunismo es un humanismo naturalizado", Solzhenitsin explicaba a su auditorio de Harvard que "esta frase no resultó totalmente sin sentido. Se ven las mismas piedras en los fundamentos del humanismo desespiritualizado y de cualquier tipo de socialismo: materialismo sin fin, libertad de religión y de responsabilidad religiosa, que en los regímenes comunistas alcanza el estatuto de dictadura antirreligiosa; concentración en las estructuras sociales a través de un enfoque aparentemente científico. Esto es típico de la Ilustración del Siglo XVIII y del marxismo. No es por casualidad que todos los absurdos juramentos y promesas de lealtad comunistas se dirijan al Hombre, con H mayúscula, y a su felicidad terrenal. A primera vista parece un paralelismo desagradable: ¿Rasgos comunes en la manera de pensar del modo de vida del Occidente y del Oriente modernos? Pero esta es la lógica del desarrollo materialista".

Como no podía ser de otro modo, Solzhenitsin permaneció absolutamente fuera de lo políticamente correcto. En su última entrevista con Der Spiegel (23/7/2007), imaginamos que Christian Neef y Matthias Schepp debieron sudar lo suyo cuando preguntaron a nuestro autor: "Su reciente trabajo en dos tomos Doscientos años juntos fue un intento de vencer el tabú acerca de la discusión sobre la historia común de rusos y judíos. Estos dos tomos han provocado perplejidad en Occidente. Usted dice que los judíos son la fuerza principal del capitalismo global y que se cuentan entre los principales aniquiladores de la burguesía. ¿Tenemos que concluir de su exhaustivo conjunto de fuentes que los judíos tienen más responsabilidad que otros en el fracaso del experimento soviético?" Solzhenitsin, hombre cristiano, responde como no podría ser de otro modo: "Quiero evitar precisamente lo que implica su pregunta. No hago ningún tipo de ponderación o comparación entre responsabilidades morales de un pueblo u otro. Más bien excluyo completamente la noción de responsabilidad de una nación hacia otra. Estoy llamando a la reflexión. Tiene la respuesta en el libro mismo: ´Todo pueblo debe responder moralmente por su pasado, incluido el pasado que resulta vergonzoso. Responder a lo que significa mediante el intento de comprensión. ¿Cómo se pudo permitir tal cosa? ¿En qué nos equivocamos? ¿Cómo pudo pasar? Es en este espíritu específico en el que el pueblo judío debe responder a las matanzas revolucionarias y por las fuerzas que estaban dispuestas a cometerlas. No a responder ante otros pueblos, sino ante sí mismos, ante su propia conciencia y ante Dios. Lo mismo que nosotros los rusos debemos responder por los ´pogroms´, por aquellos campesinos incendiarios sin piedad, por los revolucionarios enloquecidos, por aquellos marineros salvajes´".

Más adelante, nuestro autor declaraba a los dos periodistas alemanes que era "un crítico convencido y consistente del parlamentarismo partidista. No estoy a favor de las elecciones no partidistas de verdaderos representantes del pueblo, responsables de sus regiones o distritos y que pueden ser cesados si su trabajo no es satisfactorio. Comprendo y respeto la formación de grupos sobre la base de principios económicos, cooperativos, territoriales, educativos o industriales pero no veo nada orgánico en los partidos políticos".

Esto son solo algunos ejemplos y esperamos que sirvan de acicate a todos aquellos que buscan respuestas auténticas. Sin duda, es este el Solzhenitsin que debe reivindicarse y aquél del que la Humanidad en su conjunto sacará el máximo provecho. Es precisamente él el que nos llama la atención sobre las cosas que no queremos oír y del que nuestra inquietud intelectual puede obtener mayor beneficio. La actitud de presentar un Solzhenitsin de cartón piedra -tan falsaria como la de los ridículos y embrutecidos "progres" españoles de los años 70 – solo puede entenderse como una actitud interesada, sin duda por motivos oscuros. Ahora el hombre ha muerto y ha dejado su obra para aquellos que se atrevan honestamente a leerle con todas sus consecuencias y con el compromiso unilateral y exclusivo de la verdad que pueda haber en su obra, no con la versión edulcorada que nos quieren presentar los que no saben realmente nada de nuestro autor.

Por su parte Alexander Isayevich Solzhenitsin, el hombre, el testigo de esta época oscura, siguiendo sus propias enseñanzas tendrá que responder de todo cuanto hizo y dijo su prodigioso intelecto ante el trono del Eterno, donde ya el Gulag, oriental u occidental, jamás podrá alcanzarle. Descanse en paz.


Eduardo Arroyo.
www.hispanismo.org

ROBO LEGALIZADO. SIMPATICO CUENTITO.

Imagina que tienes un acuerdo con una persona, un acuerdo basado en la confianza y en el beneficio mutuo. Esa persona es seria, responsable y te ofrece seguridad, por eso le has elegido. Acuerdas que será el garante de tu dinero, y que a cambio de que te lo guarde y organice le pagarás a fin de mes un pequeño porcentaje del total: todos saléis ganando. Cada mes le das la totalidad de tu sueldo para que te lo guarde, y le indicas que pagos tiene que realizar por tí: la mensualidad del alquiler, del coche, el seguro etc. Así mismo acuerdas con esa persona que podrás disponer de tu dinero siempre que quieras, y que por esa molestia también cobrará una pequeña tasa.
El acuerdo parece funcionar, aunque es obvio que el que sale ganando es él, ya que no produce nada y cobra por guardar y organizar tu dinero. Decides recomendar a tus amistades y familiares que utilicen ese método, ya que es más cómodo delegar en esa persona de confianza todos los asuntos económicos. Así mismo decides recomendárselo a la empresa que te suministra gas, que te cobra la conexión a internet y a otras personas con las que mantienes intercambios regulares de dinero. Así, en vez de tener que pagarlo en mano, la persona que guarda el dinero simplemente tendrá que cambiar el dinero de cajón donde lo guarda, pasando el montante de cada factura de tu cajón al cajón del proveedor.
Conforme pasa el tiempo, el que guarda el dinero se da cuenta que en la mayor parte de los casos nadie saca la totalidad de sus ahorros, ya que apenas necesitan dinero “contante y sonante” para la vida: casi todos los pagos los realiza de cajón a cajón sin pasar por sus manos. Cada cajón pertenece a una persona o empresa, y contiene el total de sus ingresos menos sus gastos, aunque cada vez resulta más incómodo organizarlo ya que el que guarda el dinero cada vez tiene más clientes y menos espacio. Además algunos de los cajones no son lo suficientemente grandes para guardar todo el dinero. Dado que ha constatado que nunca se saca la totalidad de los ahorros y que los clientes confían en él, decide guardar el dinero de todos los cajones en una sala especial y sustituir los cajones por capetas donde irá anotando los ingresos y pagos de cada cuenta. Lo llama “cuentas”.
El sistema funciona a la perfección, el pequeño porcentaje que cobra el que guarda el dinero por proteger el dinero y moverlo de cuenta a cuenta supone al final un gran beneficio, y tras los cambios que realizó su trabajo apenas le supone media mañana de anotaciones en las cuentas. El dinero se va acumulando en la sala común, y hasta ahora ningún cliente le ha pedido que le muestre el contenido de su cajón, lo cual sería lícito. Concluye que este sistema funciona en base a la confianza ciega de los propietarios de las cuentas. Confianza que se ha ganado al no haber interrumpido jamás ningún intercambio de valores entre cuentas, básicamente. De esa forma los clientes saben que su dinero está en su cajón, aunque los cajones ya no existan y su dinero sea simplemente una anotación en un fichero.
En realidad, el intercambio de dinero entre cuentas no es tal. Todo el dinero va directamente a la sala grande de almacena de billetes y monedas, y el que guarda el dinero simplemente anota, resta o suma cifras de un fichero u otro. Es decir, que aunque los clientes piensen que lo que intercambian es dinero, lo que hacen es pasarse sumas y restas de cifras. El sistema funciona porque existe un acuerdo tácito que define y respalda esas cifras en base a un valor real monetario -el dinero contante y sonante de la gran sala- aunque nadie lo comprueba. Y es esto último lo que le hace pensar al que guarda el dinero que su negocio podría funcionar prácticamente sin dinero porque, salvo cuando algún cliente desea sacarlo (pocos, ya que los pagos se realizan de cuenta a cuenta o a través de una tarjeta electrónica que anota las cifras como él lo hace en los ficheros), no sirve de nada tenerlo allí ya que no hay apenas movilidad. El que guarda el dinero podría gastarse el 90% del dinero de la gran sala (que pertenece a sus clientes) y nadie se daría cuenta ya que nadie lo necesitaría. Sin embargo él es cauteloso y profesional.
Un día, una de sus primeras clientes le cuenta que se ha quedado en paro, y que dejará de abonar cada mes dinero hasta que no encuentre otro trabajo. Le cuenta que, sin embargo, le seguirán pasando los recibos de la luz, el agua, el colegio y otros pequeños gastos fijos mensuales, y que no puede hacerles frente. El que guarda el dinero le dice que vuelva al día siguiente, que necesita pensar sobre ello ya que es una situación a la que no se ha enfrentado y que ciertamente no será la única.
Al día siguiente, la mujer vuelve y el que guarda el dinero le propone un plan: él le adelantará dinero a cambio de que ella se lo devuelva en su totalidad, dentro de un tiempo, más un porcentaje para él. Dada la situación, la mujer acepta confiada: le ha pedido 10.000 unidades de dinero y tendrá que devolverle 13.000, es decir un 30% como concepto de adelanto. El que guarda el dinero saca esos 10.000 de la sala grande, es decir que es dinero de los otros clientes, aunque ellos jamás lo sabrán ni lo notarán ya que los pagos y cobros seguirán su curso como siempre. Pero el beneficio de ese adelanto, el 30% de suplemento, no lo depositará en esa sala sino que se lo quedará para sí mismo. Es decir, no sólo gana dinero por guardar y hacer sumas y restas de un fichero a otro, sino que obtiene beneficios directos con el dinero de los demás. Como nadie le pedirá cuentas, nadie se dará cuenta. Es un sistema perfecto y pronto tendrá varios clientes que pedirán adelantos de dinero a cambio de pagar un porcentaje sobre el total. Los beneficios personales del que guarda el dinero, conseguidos con el dinero de sus clientes, son extraordinarios.
El que guarda el dinero es consciente que está robando dinero de sus clientes para sacar provecho personal. Pero tiene las espaldas bien cubiertas, ya que además de que ningún cliente haya pedido comprobar que en su cajón está su dinero, él sólo se queda el porcentaje y el resto del dinero, al cabo de un tiempo, vuelve a la sala. Con tantos préstamos, en la sala sólo está el 5% del total del dinero que debería haber (sumando las cifras de todas las cuentas), pero todo funciona a la perfección ya que los pagos y cobros (las anotaciones y pequeñas cifras que sacan algunos clientes) están al día.
En realidad el dinero deja de existir, salvo para el que guarda el dinero. El que guarda el dinero controla y obtiene dinero, pero los demás (clientes y proveedores), objetivamente, sólo tienen carpetas con anotaciones de sumas y restas. El resultado del cálculo de cada carpeta es el dinero que tiene cada cliente, y que debería estar respaldado por dinero contante y sonante en la sala, pero ya no es así por el negocio de los préstamos. Los clientes, en conclusión, no tienen nada. Pero no lo saben porque el sistema de pagos y cobros sigue funcionando y siguen, por lo tanto, teniendo confianza.
El que guarda el dinero sabe que este sistema funcionará eternamente, salvo si todos le piden ver el dinero de sus cuentas o, en el peor de los casos, todos deciden sacar su dinero a la vez.
¿El que guarda el dinero es un ladrón? Fuera del cuento, le llaman banco.