29 de agosto de 2009

MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD


Onesimo Redondo

Así como no se dará un pueblo en que no ejerza un hombre, una oligarquía o una representación el dominio, tampoco hay un país donde no se ejercite un magisterio por una minoría, que, en definitiva, es la que arrastra la colectividad a su grandeza o a su perdición.

El signo de los pueblos civilizados está en ser dirigidos por una selección de personas provistas de una cultura superior, difundida. El vivero organizado de esa selección es la Universidad, y no puede ser otro. Por ella la civilización es un valor progresivo y los pueblos que poseen Universidad están dotados de una grandeza permanente, libres en el fondo de su existencia histórica de la veleidad fatal a que los pueblos inferiores están sometidos, entregados al acaso de la marca política.

La Universidad, o no es tal, sino una fábrica mercantilizada de burócratas, como en España, o está destinada a formar hombres que constituyan la suprema garantía por la grandeza nacional. En la Universidad debe aprenderse, en primer término, una fe inviolable ante la misión colectiva de la raza, una adhesión crítica, pero invencible, a las glorias propias, y una percepción del ideal nacional, sin el cual un Estado sólo puede arrastrar vida precaria.

En la Universidad deben adquirirse también las normas fundamentales de la convivencia general.

Sus hombres han de salir imbuidos de una moral básica, que prevenga a la sociedad contra los apetitos disolventes, y de un concepto del Estado inmune frente a la locura de los que comercian con las masas para gastar la Nación en revoluciones.

Si la Universidad cumple ésta, que: es su misión más trascendental, engendrará una "aristocracia patriótica", como decíamos en el artículo anterior, de la cual" desde luego, saldrán casi siemnpre los buenos gobernantes, pero sin que sea ese el único ni acaso el mayor bien que proporcione a la colectividad.

EL AMBIENTE DE SENSATEZ

Nosotros creemos que la sensatez -que es la suma de las virtudes patrióticas- no se asegura en un pueblo por la posesión de unos cuantos gobernantes afortunados: es necesario, sobre todo, un ambiente de sensatez, convertido de algún modo en permanente : desgraciadas las naciones que hayan de temblar por la muerte de algún político a cuyas virtudes tuvieran unida su suerte.

Y ese ambiente, del que sólo gozan los pueblos actualmente grandes, y que es el secreto de la estabilidad de su grandeza, no hay que buscarle en la raza, en la temperatura de la sangre o en la presión del aire, como hacen tantos mentecatos al comparar a España, por ejemplo, con Inglaterra.

Procede, sobre todo, de su aristocracia universitaria, y la perdurabilidad de sus verdaderas Universidades es la que hace hereditaria esa virtud de la sensatez.

USURPACIÓN DEL MAGISTERIO

¿Qué ocurre, por el contrario, en un pueblo desprovisto de Universidad como el nuestro? Que el magisterio de las multitudes no aparece, desde luego, vacante. Pero lo detentan clases inferiores, las más ínfimas espiritualmente quizá, que suplen con pedantería la verdadera ciencia, que hacen un ideal nacional de su conveniencia propia, que embarcan al pueblo en las preocupaciones miserables que a ellos les agitan, rebajan sin cesar todos los niveles espirituales a tenor con el suyo y hacen a la nación campo de batalla de sus peculiares pasiones: esos son los periodistas.

Allí donde una nación se halle de continuo revuelta por el choque de los apetitos políticos, haciendo de su existencia una guerra incesante de grupos y de ideas, sin acabar de encontrar su postura y teniendo cada día todos sus valores puestos a la carta del azar político, tened por seguro que no hay Universidad: Se trata de un pueblo sin "Alma Mater", y la hegemonía la ejercen los periodistas.

Por eso tales pueblos presentan, desde su degradante inferioridad a la vista de los más civilizados» el fenómeno de perdición que es característico de España: Carecen de ideas unitivas, de valores espirituales profesados y amados por todos los nacionales.

En sustitución de esos valores, que son el maná de los grandes pueblos, las muchedumbres se mueven ciegamente en torno a un charlatán que desde la Prensa simplifica con ingenio o con espectáculo los más grandes problemas: se da el triste caso de que los pueblos más expertos pierden así toda la cordura que su propia historia debía infundirles, y comprometen sus mayores energías en favor de quien les brinda palabras más sonoras.

En el próximo artículo hablaremos del reclutamiento de esos pseudomaestros y de su categoría moral e ideológica.

(Libertad, núm. 10, 17 de agosto de 1931.)