1 de enero de 2010

HEIDEGGER, SARTRE Y LA IDEOLOGIA DE GENERO

Heidegger dejó muy clara su postura respecto a Sartre en la “Carta sobre el humanismo”. Además, dijo, no me preguntes dónde, que Sartre era un magnífico escritor, pero no un filósofo. Creo que exageró, pero en todo caso manifestaba un total rechazo hacia el existencialismo.
No hay posicionamiento expreso de Heidegger en lo tocante a las ideologías de género, como, por ejemplo, la de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”.
Otra cosa es lo que, conociendo las respectivas filosofías de Heidegger y Sartre, podemos decir sobre Sartre (y Beauvoir) desde una perspectiva heideggeriana. Aquí ya no se trata de tomar nota de lo que Heidegger dijo, sino de interpretar a Sartre (y Beauvoir) con el utillaje conceptual que Heidegger nos ha dejado y, por supuesto, en la línea crítica que él mismo marcó en sus declaraciones explícitas.
He sido lector de Sartre durante décadas. No tanto de Beauvoir. Hablaré en términos muy generales e improvisando.
Puedo afirmar que el existencialismo sartriano, aunque parte de una base metodológica común con Heidegger (la fenomenología) y es un intento, como el de Heidegger, de pensar la existencia concreta frente al puro “yo teórico” de Husserl, parte de posiciones de valores completamente opuestas a las de Heidegger. Para Heidegger la cuestión es el Ser, lo que quiere decir, la verdad, el fundamento de la razón y de las normas, que a su vez no es racional ni normativo porque representa algo anterior (más profundo) a las bifurcaciones entre teoría y praxis. Ser equivale a límite. Para Sartre, o al menos el primer Sartre, no hay fundamento alguno, sólo una conciencia librada a su propia decisión gratuita. La cuestión del Ser no tiene sentido en Sartre, porque el “ser” equivale al “ser en sí” que describe en su novela “La náusea” y en “El Ser y la Nada” como pura opacidad muda de las cosas. Frente a esa presencia cósica, compacta y absurda, sólo queda el sujeto o “ser para sí” como pura libertad y transparencia que únicamente puede apelar a sí misma y a su propia autoafirmación.
De ahí que los personajes de las novelas de Beauvoir sean catervas de cerdos inmorales que se dedican a follar unos con otros hasta agotar todas las posibilidades de indecencia. No hay normas ni moral. No hay verdad, en un sentido ético. La única ética es afirmar la libertad misma en uno y en los demás. Lo que se haga con esa libertad es ya cosa de la “responsabilidad” de individuo, pero como no existen criterios restrictivos válidos (excepto la libertad de los demás), esa presunta responsabilidad carece de agarradero en el que legitimarse y puede consistir en el alcoholismo privado.
Sólo queda el deseo, pues la conciencia/sujeto, en tanto que intencionalidad, es la forma técnico-fenomenológica que nombra ese impulso que se trasciende en las cosas y personas para disfrutarlas y consumirlas. Todo lo contrario que en Heidegger, donde el Ser nos envía un mensaje de respeto y escucha en los “caminos del bosque” (compara lo que dice Sartre sobre la naturaleza). En el segundo Sartre, el de la “Crítica de la razón dialéctica”, se producen cambios importantes y asume ideas de Heidegger que antes había obviado, pero aún así, Sartre sigue sin captar la directriz fundamental de Heidegger, a saber, que el existente no es deseo que lo arrasa todo, sino apertura a la validez, a la verdad, y que esta apertura supone una actitud heroica de aceptación e identificación con un destino ahumano.
Las ideologías de género en Beauvoir derivan de la posición fundamental de Sartre. Si la esencia del hombre es la libertad, toda determinación corpórea, racial, sexual (o de cualquier índole), equivale a una mistificación burguesa. La mujer es tan conciencia como el varón y, en consecuencia, busca realizar su deseo, sin límites morales, tal como lo refleja la producción literaria de ambos escritores. La mujer en tanto que sujeto (“ser para sí”) autorreflexivo debe liberarse de los condicionantes que le han impuesto en calidad de “hembra”.
Todo esto no tiene sentido en Heidegger, donde la libertad consiste en asumir una herencia y apropiarse de unas circunstancias históricas concretas, de unos condicionantes que no se pueden negar, aunque sí hacer explícitos a efectos de empuñarlos expresamente en la decisión. Para Heidegger, nuestra libertad es finita, ubicada, de-terminada, y no se puede solapar o rechazar esa finitud, que vale tanto para el hombre como para la mujer, para los franceses como para los alemanes, para los ricos como para los pobres, para los listos como para los tontos, para los negros como para los blancos. En Heidegger hay una pertenencia mutua de libertad y finitud que debe ser asumida para que la existencia humana sea auténtica, en Sartre (y Beauvoir) el hombre es permanente negación de la finitud.
Los tipos humanos que derivan de ambas filosofías son opuestos. Heidegger fue un patriota alemán, Sartre, un marxista y un maoísta al servicio de la utopía comunista como irrealizable realización de todos los “deseos” del hombre.
Jaume Farrerons
http://nacional-revolucionario.blogspot.com