4 de noviembre de 2008

EL SISTEMA Y LO POLITICAMENTE CORRECTO

SOBRE LA DEMOCRACIA MODERNA



Breve disertación sobre Hegel y su influencia en la dictadura del pensamiento políticamente correcto de la democracia liberal.

Para Hegel el Estado sólo existe cuando los ciudadanos pueden encontrar satisfacción a sus intereses razonables y, a la vez, reconocen al Estado al reconocer su voluntad particular manifestada en la voluntad general a través de las leyes. Es decir, el Estado existe cuando es capaz de conciliar lo particular –los intereses particulares- con lo universal –la voluntad general-. Cuando esta conciliación se realiza, es entonces cuando el individuo es libre. Sin embargo, la realización de estos postulados en el Estado moderno, en la actual democracia moderna, ha llevado a la tiranía del pensamiento políticamente correcto o la llamada tiranía de la mayoría. La libertad de pensamiento y de realización de la persona, ha sido cercenada. Para Hegel, si un grupo no se ve representado por la voluntad general, generaría una facción dentro del Estado, opuesto al mismo. Para evitar esta posibilidad el Estado moderno ha destruido aquello que dice defender. Y lo ha hecho a través de un sistema de medios de comunicación, que al más puro estilo orwelliano, nos dice que debemos pensar –lo políticamente correcto- asegurando así un pueblo sumiso que vive en la ilusión de ser libre. A esta sumisión e ilusión se ha llegado haciendo uso de varios mitos.

La ingeniería social

Antes de hablar de los mitos voy a definir el término ingeniería social, que es fundamental para poder explicar con claridad lo que quiero decir. Por ingeniería social entiendo el conjunto de medios que el sistema utiliza para imbuirnos ciertas ideas, formas de pensar, esquemas mentales, etc. Esta ingeniería está en la televisión, la radio, los periódicos, internet, etc. Tras la repetición de ciertos hechos o ciertas ideas, de manera directa o indirecta, se lleva a que las personas asuman como propios ciertos postulados, que se incorporan a la conciencia colectiva, manifestada en lo políticamente correcto y a la cual no se puede contradecir sin sufrir una anatema social.

El mito del hedonismo y el vitalismo

Los medios de comunicación nos invaden con mensajes e imágenes que, de manera más o menos sutil, nos invitan a poner como fin de nuestra vida el placer (hedonismo) e igualmente se nos invita a dejarnos llevar “por lo que pide el cuerpo” (vitalismo). Su manifestación diaria está en: la mentalidad de la fiesta, del querer las cosas hechas, del no-esfuerzo, la sexualidad desordenada, la pornografía, el gusto por lo morboso y bajo, el poco interés por los temas culturales o humanísticos de verdad, la televisión basura, etc. Esto no deja de ser la más abyecta tiranía de las pasiones sobre la libre voluntad, lo cual persigue dos fines:
Se consigue que las personas sientan que sus intereses particulares son satisfechos, porque se les da la capacidad de satisfacer sus pasiones más inmediatas, que previamente se han inducido mediante la ingeniería social como el fin supremo de la existencia, lo cual da un falso sentimiento de libertad.
Se reduce el espectro existencial e intelectual de las personas. Poniéndoles como meta de su vida la satisfacción furibunda de sus pasiones, el irse de fiesta, la juerga, el pasar de todo y el “ser libre”, hacen que los individuos eludan cualquier búsqueda superior y más profunda.
Se cercena de raíz la pregunta sobre la verdad, las dudas existenciales, la vida verdaderamente intelectual, la introspección personal, etc.
Se llega, incluso, a reducir la riqueza de vocabulario. A esto hay que sumarle la inconsciente confusión mental de las personas, que viven con un montón de nociones difusas de diferentes ideologías, muchas veces incompatibles entre sí. Por tanto, las personas son bastante más fácilmente manipulables, lo cual nos lleva al segundo mito.

El mito del progreso

Junto al aumento de la manipulabilidad de la gente por la reducción de su espectro intelectual y existencial se les imbuye, mediante la ingeniería social, la idea del progreso.
La idea es que la humanidad avanza hacia un mundo mejor gracias a la razón. Así, la humanidad conseguirá –y consigue- un progreso indivisible:
progreso material, progreso intelectual, progreso moral, progreso de bienestar. Y todo este progreso es, por supuesto, bueno y deseable. Es el discurso de hoy día de la ampliación de derechos y libertades.
Como cualquier novedad es fruto del progreso, ésta se hace necesariamente buena, creándose, por tanto, un ambiente favorable a cualquier novedad, por aberrante que sea. Esto consigue una serie de cosas:
por un lado la gente vive en un estado de expectación hacia la novedad, esperando siempre que desde fuera le digan cual es la novedad de turno, completamente sumisos –aunque inconscientes de ello- a lo que la ingeniería social le diga que es ahora lo nuevo y, por tanto, lo bueno.
Por otro lado, se consigue que la persona evite enfrentarse con su soledad, con su interior, pues vive siempre expectante de lo de fuera.
Por otro lado, además de decirle a la gente que es lo nuevo y bueno, también se señala que es lo antiguo, lo viejo, lo ya pasado, lo que ya no merece la pena, lo que está anquilosado en el pasado. Normalmente coincide con la Iglesia Católica o cualquier visión sana de la realidad.
Y, finalmente, prepara el terreno para la farsa de la política. Como la mayoría de la gente no tiene la capacidad de hacer un análisis critico de las novedades que le imbuye la ingeniería social, la mayoría de la gente lo acepta como algo bueno y positivo.
Ahora es cuando el tablero está preparado para hacer creer a la gente que su voluntad se identifica con la voluntad general manifestada en las decisiones del gobierno.
Esto se consigue mediante la farsa de la lucha parlamentaria. Los progresistas, que son los políticamente correctos, los bonachones, los que usan de la razón para traer un mundo maravilloso tratan de poner la novedad que ya previamente ha calado en la conciencia social. Luego están los conservadores, que son los que malamente se enfrentan a la conciencia social, son los del orden y el atraso.
Son el elemento necesario para el sistema, porque hacen parecer que realmente existe una lucha, cuando en el fondo son lo mismo que los progresistas.
Me explico, los progresistas dicen que los cambios se tienen que hacer corriendo, que hay que construir el mundo nuevo y maravilloso ya; los conservadores, en cambio, dicen que los cambios hay que hacerlos poco a poco, en función de las transformaciones sociales. Transformaciones que, en muchos casos, produce de manera artificial la ingeniería social. Los progresistas corren, los conservadores andan. Pero los dos van en la misma dirección. Entonces es cuando comienza el gran teatro.
Los buenos progresistas tienen que luchar contra los malvados conservadores y, por supuesto, finalmente terminan consiguiendo lo que querían. Simple y llanamente porque ya la conciencia social lo acepta y lo ve como algo maravilloso, por lo tanto, lo pueden poner y es realmente imposible que no lo consigan. De esta manera, se refuerza el sentimiento en cada individuo de:
a) que ellos han llegado a la conclusión por si mismos de esta novedad, y también por sí mismos de que es buena;
b) que ellos han luchado también en la arena política para traer una gran mejora al mundo;
c) que han vencido, por lo que se reafirma su sentimiento de que su voluntad coincide con la voluntad general, manifestada en las leyes del gobierno.
¡Se ha conciliado la voluntad particular con la universal tal y como quería Hegel!
El problema es que todo esto no deja de ser una absoluta farsa. Por otro lado, los conservadores sienten que han perdido pero que han librado la batalla que debían… Pero ya está, ellos ahora asumen también como suyo el cambio realizado y, a partir de ahora, no se les ocurrirá cuestionarlo, porque ha sido una reforma necesaria por el cambio social, ha sido la voluntad del pueblo, es el progreso, etc.
Así la ingeniería social maneja y cercena la libertad de pensamiento de la población. T
odo este proceso consigue varias cosas:
a) hace creer a la gente que son libres, que han elegido libremente su lucha, sus pensamientos y su posicionamiento respecto a un tema, y que además el Estado es bueno porque ha cumplido con sus expectativas;
b) de que el mundo (o el país) progresa y eso es bueno;
c) de que su modo de vida se concilia perfectamente con las reivindicaciones que han abanderado, por lo que se reafirma en su estilo de vida vitalista y hedonista. Es un círculo vicioso del que la salida es difícil. Queda así claro que la democracia liberal es la gran dictadura del pensamiento políticamente correcto.

La finalidad

¿Cuál es la finalidad de esta dictadura del pensamiento?
La respuesta está en el otro gran aspecto del liberalismo: la economía. Con este sistema se consigue una gran cantidad de gente que vive presa de la novedad y de los impulsos que le transmiten desde la ingeniería social.
Es la manera perfecta de conseguir una masa aborregada que no se cuestiona nada y está ansiosa de novedades. Así, siempre está dispuesta a consumir las nuevas modas, tecnologías, tendencias, etc. Todo el sistema está hecho para favorecer el consumismo: la homogeneización social a escala mundial, la generación de necesidades artificiales, la publicidad, etc. Estamos inmersos en una sociedad sustancialmente económica donde se enriquecen unos pocos que a su vez son los que sostienen el sistema. La finalidad del sistema es, en última instancia, el beneficio económico desmesurado de unos cuantos, a costa de nuestra libertad. Pero tampoco debería extrañarnos, al fin y al cabo, los fundamentos políticos que han dado lugar a nuestra democracia liberal se encuentran en la filosofía burguesa que aspiraba a esto: el enriquecimiento económico.

Objeciones

Se podría responder que el Estado no nos quiere poco formados sino que nos invita a la lectura y nos pone escuelas.
Veámoslo con detalle.
El sistema fomenta la lectura de los libros que le interesan, es decir, los políticamente correctos. Cada cierto tiempo sale algún libro de moda que se lee todo el mundo, mas la lectura más profunda, de cualquier tipo que sea, no es promocionada.
Así que, nuevamente, el sistema nos dice que tenemos que leer, aunque por supuesto, siempre nos permitirá leer cosas políticamente incorrectas. Pero al precio de ser alguien políticamente incorrecto.
Las escuelas públicas enseñan lo que el Estado quiere. Es dejar en manos del Estado Progresista o Liberal si se quiere, la educación de nuestros hijos. Cuando hacemos eso pasan cosas como que el Estado nos los quiera adoctrinar ideológicamente como está intentando hacer el Kirchnerismo con Construcción de la Ciudadanía en Buenos Aires por ejemplo*.
Por otro lado, desde los dos partidocracia se ha resaltado la importancia de la enseñanza de cuestiones técnicas y del inglés. El conocimiento técnico, por muy importante que pueda ser para la actual coyuntura histórica no forma el espíritu humano, eso sólo lo hacen las humanidades.
Son las humanidades las que nos pueden enseñar de dónde venimos, qué somos y a dónde podemos ir. Una carrera técnica jamás enseñará eso. Pero las humanidades son cada vez más relegadas a un segundo plano, tienen menos salidas laborales, etc. El sistema nos quiere bien formados, pero no de una buena filosofía, de un buen humanismo o algo por el estilo.
El sistema quiere buenos técnicos para que sean buenos elementos de producción y así beneficiar a la economía.
Se podría argumentar que el sistema no quiere sólo que vivamos para nosotros mismos o únicamente de una forma vitalista o hedonista. Nos invita a ser solidarios, constantemente.
Esto es obvio, el sistema sabe que las personas necesitamos salir de nosotros y sentir que hacemos algo por los demás, es lo mínimo de la naturaleza humana. Pero el modo que nos ofrece el sistema es una salida fácil. No nos pide que "cambiemos el mundo" –eso es imposible, dice-, simplemente que hagamos algo sencillo: apadrinar un niño, dar dinero a una ong o hasta participar en algún grupo solidario.
Sin embargo:
Todas las actividades en las que nos incorporemos serán políticamente correctas o estaremos mal vistos socialmente.No implican un cambio en nuestro ser. Podemos seguir siendo igual de hedonistas, consumistas y vitalistas que siempre y ser a la vez solidarios, por lo que seguimos en la dinámica del sistema.
Todas las cosas que el sistema nos invita a hacer no cuestiona la raíz del mismo o, peor aun, la refuerza.
No se nos invita a pensar en las causas profundas que dan movimiento al sistema y que son las que causan muchas de las injusticias actuales. Simplemente se nos hace sentir bien porque hemos hecho lo que podíamos.
Pero el problema es de raíz, y a la raíz no se permite acudir. Ahora, no digo que participar en algunas de estas actividades no pueda ser bueno, simplemente que no son contradictorias con el sistema. Mas bien al contrario, lo refuerzan porque no cuestionan su raíz y nos hacen sentir satisfechos –aunque no hayamos conseguido realmente cambiar las estructuras que hacen posible tantos males-.
Se me podrá decir que el sistema me deja expresarme contra él y no pasa nada. Bueno, soy políticamente incorrecto y, por tanto, mal visto. En segundo lugar este texto nunca pasará de ciertos círculos. Jamás aparecerá en primera plana de un periódico o se debatirá del mismo en la televisión de manera justa. Y si algo de eso pasase no sería gracias al sistema, sino a pesar suyo.

El papel de la Iglesia Católica y su neutralización

Sin embargo el sistema no puede alterar la naturaleza profunda del ser humano. Este tiene anhelo de eternidad, de infinito, de verdad, de bien, de belleza y de justicia. Es a lo que aspira el ser humano, es el suspiro eterno que saldrá de su alma hasta que encuentre la Verdad. Es la religión quien da respuesta a estos anhelos humanos; el vitalismo, el hedonismo, el consumismo, etc. son un mal sustituto de la fe, que rápidamente nos cansan y hastían.
Pero la religión nos coloca en unos valores y en una forma sana de entender el mundo completamente opuesta al actual sistema. La búsqueda continua y sincera de la Verdad nos deposita por ejemplo en la Iglesia de Cristo, en la Iglesia Católica. Pero la fe que guarda la Iglesia tiene un conjunto de valores, una cosmovisión que es incompatible con el actual sistema. Y lo es, aunque mostrar esto requerirá de otro artículo.
El sistema es consciente de ello y quiere relegar a Jesucristo al ámbito de lo privado. Manifestarse hoy día como católico es algo políticamente incorrecto. Y es que, la verdadera enemiga del sistema es la Iglesia Católica. Si la Iglesia, tomando la expresión de Chesterton, hiciese uso de su dinamita, no sólo volaría un sistema injusto por naturaleza sino que podría dar el sustrato sano y firme para una buena sociedad.

La facción dentro del Estado y opuesto al mismo

Hegel afirma que cuando dentro del Estado hay un grupo que no se siente identificado con la voluntad general, crea una facción dentro del Estado opuesto al mismo. Si esto es cierto, evidentemente hoy la gran mayoría, por activa o por pasiva, se siente identificada con la voluntad general, puesto que no cuestionan el Estado, o mejor dicho, no cuestionan el mismo sistema.
Hay pequeños grupos que sí cuestionan al mismo sistema, aunque no todos se puedan decir que sean muy inteligentes. Es más, muchos de estos grupos antisistema son instrumentos del sistema.
Estos individuos sucios, con pintas raras, que acuden a la violencia y se dicen así mismos antisistema, no dejan de ser un instrumento del sistema para poder decir: ¿Qué prefieres, lo que hay o eso? Y la respuesta es obvia, nadie va a quedarse con “eso”. Por tanto, hay que realmente hacer una facción a esta tiranía, una oposición intelectual fundamentada en la fe, la tradición y la recta razón, con una visión cristiana de la sociedad, de la política y de la economía.

*Adaptado a la realidad Argentina

Pedro Jiménez de León