25 de agosto de 2010

NOTA INTERESANTE DEL "PAISANO PERONCHO"

"Cuando sentimos intensamente la injusticia de la propiedad –las manecillas del reloj del tiempo marcan nuevamente esa hora-, se nos ocurren dos medios de vencerla: por un lado, un nuevo reparto equitativo de los bienes, y, por otro, la eliminación de la propiedad y el retorno a la posesión comunitaria. Este último procedimiento es el que preconizan principalmente los socialistas de hoy, que odian por encima de todo a aquel antiguo judío que dijo: “¡No hurtad!”. 
Según ellos, el octavo mandamiento debería, por el contrario, decir: “¡No poseed!”. En la antigüedad se realizaron muchos intentos según la primera fórmula, que tuvieron poca importancia, es verdad, pero que registraron tal cantidad de fracasos, que podemos extraer de ellos una provechosa lección. 
Es muy fácil decir: “¡Lotes de tierra iguales para todos!”, pero ¡cuánta amargura producen las divisiones y los desgarros imprescindibles en ese reparto, y la pérdida de la antigua y venerable propiedad!, ¡cuánta piedad ofendida y sacrificada! Al borrar los límites que separan las tierras, borramos también la moralidad. Y luego, ¡cuánta amargura entre los nuevos propietarios, cuántas envidias, cuánto mirar de reojo! Porque nunca ha habido lotes de tierra exactamente iguales, y si existiesen, el sujeto codicioso de los bienes del vecino no creería en ello. 
Y, ¿cuánto tiempo duraría esta igualdad malsana, envenenada en su raíz? Al cabo de algunas generaciones, un solo lote sería transmitido por herencia a cinco individuos diferentes, mientras que, por el contrario, cinco lotes podrían recaer en un mismo sujeto, por idéntico procedimiento. Y en el caso de que se evitaran estos inconvenientes recurriendo a leyes de herencia muy estrictas, los lotes de tierra seguirían siendo iguales, pero siempre quedarían necesitados y descontentos que sólo poseerían su envidia de los bienes del vecino y el ansia de una revolución social que acabara con todo el sistema. En cambio, si, de acuerdo a la segunda fórmula, tratáramos de hacer que la propiedad fuese común, convirtiendo al individuo en un arrendatario temporal, destruiríamos el cultivo de la tierra, pues el hombre no cuida lo que sólo posee transitoriamente, no se sacrifica a ello, sino que actúa como un explotador, un ladrón o un inútil derrochador. 
Cuando Platón sostenía que la eliminación de la propiedad suprimiría el egoísmo, habría que haberle contestado que, desaparecido éste, no quedaría ni rastro de las virtudes cardinales: del mismo modo cabe afirmar que la peor de las pestes no causaría tanto daño a la humanidad como la desaparición de la vanidad. La melodía básica y utópica de Platón, que siguen cantando los socialistas, desconoce la historia de los sentimientos morales, le falta clarividencia para captar el origen de las buenas cualidades útiles del alma humana. Al igual que toda la antigüedad, Platón creía en el bien y el mal en términos de blanco y negro; es decir, creía en una diferencia radical entre los individuos buenos y los malos, entre las cualidades buenas y las malas. 
Para que en el futuro se tenga más confianza en la propiedad y sea ésta más moral, es preciso recurrir a todos los medios de trabajo que permitan lograr una pequeña fortuna, e impedir el enriquecimiento fácil y repentino: habría que retirar de manos de particulares todas las ramas del transporte y del comercio que favorecen la acumulación de grandes fortunas, y, sobre todo, el tráfico de la moneda, y considerar que, para la seguridad pública, tan peligrosos son los que poseen demasiado como los que no tienen nada."
Federico NIETZSCHE: “El Caminante y su Sombra”, Edit. “Clásicos de Siempre”, Madrid, 1994, Nº 285, págs.. 148/149. (Escrito en 1879).

NOTA E'L PULPERO: cuando golvía e’ los corrales venía pensando q’e hacía rato q’e no ponía nada en la seción Alpargatas Sí. Entonce’j me dije, viá poner lo del compañero Bigotón y la propiedá. Lo termino e’ copiar y agarro el prólogo, y que le’j viá contar q’e se me pararon lo’j pelo’j: el Bigotón pasó a mejor vida el 25 de agosto e’ 1900. Justito hace hoy 110 año’j. Yo en aparecido’j mucho no creo, pero q’e lo’j áy, lo’j áy.
http://www.paisanoalborotador.com.ar/2010/08/la-propieda-privada-por-el-companero.html

P. CASTELLANI SIEMPRE ACTUAL


La moral cristiana se ha desleído y edulcorado en el ambiente común. El Liberalismo lo ha hecho. Las virtudes se han amansado y aneciado. Incluso la palabra “virtud” suena un poco ridícula y ya no significa “fuerza” y “virilidad” como entre los romanos y griegos (“virtus”, “aretée” de vir y de anéer, varón) sino más bien debilidad.
La virtud actual es una cosa para viejas; y en la mujer se reduce a la castidad externa, o sea a la “defensa de su honra”, lo cual no diré que no sea importante. No es todo.
No olvidar que el Liberalismo es una herejía cristiana: pasa por alto el pecado original, cree que el hombre es naturalmente bueno, y por ende no necesita de Sacramentos, ni de la oficina de los Sacramentos, la Iglesia, aunque la religión en sí puede tolerarse; pero todas las religiones son buenas… lo cual equivale a decir, vive Cristo, que todas las religiones son malas.
El Catolicismo Liberal emasculó y ablandó las virtudes católicas: el liberal es muelle. Incluso las falsificó introduciendo una falsa Prudencia – Justicia – Fortaleza – Templanza. Le sigue hablando de… e incluso se sigue alabando al Prudente, al Valiente, al Moderado; pero esas palabras ya no significan lo mismo que en los grandes siglos cristianos, cuando Martín Fierro distinguía tan bien entre la Prudencia y la Astucia, entre la valentía y el matonismo –en que él cayó de joven.

A ningún hombre amenacen
porque naides se acobarda…

puesto que la Fortaleza nunca agrede, nunca “empieza” como dicen los chicos:

El hombre no mate al hombre
ni pelee por fantasía,
tiene en la desgracia mía
un espejo en que mirarse:
saber un hombre guardarse
es la gran sabiduría.

En los “consejos” de Martín Fierro se encuentran las cuatro virtudes cardinales –con más acento la Justicia.

La Prudencia

Veámoslo brevemente: se introdujo una Prudencia remirada, egoísta y cobardona: el “no te metas”, p.e. pero esta Primera de las virtudes, sin la cual ninguna es virtud, es un conocimiento, el conocimiento de lo hacedero y de lo faciendo, de lo agendo, de lo que hay que hacer; y este conocimiento está cimentado en el conocimiento de la Realidad; no es un mero timoratismo, es un conocimiento.
Cuando hacemos una imprudencia, malconocemos lo agendo; cuando malconocemos lo agendo, desconocemos la realidad; cuando desconocemos la realidad, pecamos. El que peca se pone delante como un bien lo que en realidad es un mal; de modo que se puede decir que “el Bien es lo real, el mal es una equivocación” acerca de lo real realísimo, conforme al viejo apotegma de Sócrates d que todo pecado es un error. Si uno dice: “es nada más que un error”, se equivoca; pero si dice “es un error”, dice bien.
La Prudencia pues, siendo “el ojo que encuentra el camino”, no tiene por qué ser ni astucia ni picardía ni sobrecautela ni precaucionismo ni cálculo ni continuo desconfío y avizoro, ni mucho menos cobardía; al contrario, la Prudencia no existe sino junto con su hermana la Fortaleza o Valentía. Al contrario del proverbio italiano de que “soldado que huye sirve para otra vuelta” y del proverbio catalán “de los que dispararan, algunos se salvan”, la Prudencia sabe que en muchos casos lo más imprudente de todo es disparar; y lo más prudente, acometer. Y así Mussolini, que era italiano, dijo una vez que la primera virtud del Gobernante era la Prudencia; pero la segunda, sin la cual la primera no sirve, era la imprudencia; queriendo decir que la prudencia no excluye, antes reclama el brío, la osadía, la valentía, el golpe; en una palabra: la virtud de la Fortaleza.
No olvidemos pues que la Prudencia es la “recta ratio agibilium”, la recta apreciación de lo agendo y agible, o sea, la guía para hacer el bien; y el bien a veces pide lucha, esfuerzo, osadía; el bonum arduum que decían los antiguos, el bien arduo, como lo son todos los bienes grandes, y en realidad de verdad todos los bienes verdaderos.
Yo he recogido en mi vida religiosa demasiada experiencia de la falsa prudencia, que San Pablo llama prudencia según la carne2: la prudencia catalana que consiste en disparar siempre. Tres veces el original de un libro me ha sido devuelto por un religioso editor con las palabras: “es una buena obra; nos gustaría publicarla pero no podemos por prudencia: tenemos miedo”. Palabras textuales de una tarjeta acerca del Evangelio de Jesucristo. La primera vez me dio rabia y dije: “Los Padres del Verbo Divino tienen miedo del Verbo Divino”; pero la segunda vez me consolé diciendo: “Puede ser señal de que es literatura viva y no literatura muerta. Como es viva se mueve; y ellos al ver un „bulto que se menea creen que puede ser un tigre o una víbora; y es un perro guardián, un manso y leal mastín”.
La Prudencia del Liberalismo, la “prudencia según la carne” está aguada; la Justicia del liberalismo está mutilada: es meramente negativa y se reduce a la llamada Justicia Conmutativa; y ésa, no entera ni completa.

La Justicia

La Justicia burguesa se reduce al contrato: do ut des, doyte para que me des: considera un cambio de bienes al modo comercial; yo te doy 10.000 pesos, pero me debes devolver 15.000, o bien otro bien equivalente, o al menos una ilimitada gratitud, alabanzas, favores, servicios o lo que sea. El Liberalismo ha ido tan lejos en esto que ha llegado a definir el Estado y la Nación como un
CONTRATO, el Contrato Social. (Éste es un disparate fenomenal, que no voy a refutar ahora. La Nación no surge de un contrato ni explícito ni implícito entre todos los connacionales –como imaginan Rousseau y también Suárez-, sino que surge de un movimiento natural del hombre, “animal político” que dijo Aristóteles, el cual movimiento requiere la Autoridad, causa eficiente de la sociedad, y por ende el Mando y la Obediencia. Y en ese sentido solo decimos que “la Autoridad viene de Dios”, no inmediatamente, sino a través de la Natura, creada por Dios3).
De modo que el Liberalismo elimina la Justicia Distributiva (del Jefe para los súbditos) y la Justicia Legal (de los súbditos para con el Jefe): y una vez hecho el Contrato Social (elegido el Presidente), los súbditos no tienen más deberes para con él, y él puede hacer lo que se le antoja. Lo único que queda es el “ordo partium ad partes”4, eliminando el “ordo partium ad totum”5 y el “ordo totius ad partes”6, que son las más importantes partes de la Justicia, la cual exige al gobernante que distribuya bien los castigos, premios, trabajos, puestos y privilegios, según los méritos, y que busque y alcance el Bien Común de todos, lo cul le es exigido acérrimamente, es su deber más estricto, o sea, el orden del todo a las partes, o Justicia Distributiva. Y a su vez los súbditos deben al gobernante legítimo respeto, apoyo y obediencia, o sea el orden de las partes al todo, o sea, Justicia Legal; y estos dos órdenes son mucho más transcendentes que el orden de las partes a las partes o Justicia Conmutativa.
Ni este orden siquiera guarda el Liberalismo, pues este orden no se reduce a cumplir los contratos, pagar las dudas y no emitir cheques en blanco, lo cual desde luego debe hacerse. La Justicia cristiana tiene dos partes, negativa y positiva; y la Justicia actual se contrae a una parte de la parte negativa: “no dañes”. Es poco.
La Justicia cristiana está toda ella encerrada en la norma conocida: “No hagas al otro lo que no quisieras te hagan a ti”, que encontramos en boca de Jesucristo, y en la Ley de Moisés, y en el antiquísimo libro chino “Las Analectas de Confucio” traducido por A. Waley. Es negativo: dice “no hagas”, no dice: “Haz a los otros lo que quisieras te hicieran a ti”, porque eso es falso: yo no puedo querer para todos los otros lo que quiero para mí, p.e., que escriban libros o que digan misa, porque cácual es cácual. Yo quiero que se editen mis libros, pero no puedo querer, por ejemplo, que se editen los libros del P.P. o del P.R.R., los cuales sin embargo se editan antes que los míos. Pero eso no es justicia ni positiva ni negativa.
El famoso Proudhon, en su libro La Justicia en la Revolución y en la Iglesia, reprocha a la Iglesia su Justicia puramente negativa, según él, porque estaba rodeado el año 1858 de la Justicia del Capitalismo y el Catolicismo Liberal, y creía ésa era toda la Justicia cristiana. Pedro José Proudhon, el famoso autor de La Propiedad es un Robo (y debajo: “Este libro es propiedad del autor”), fue un anarquista, pero un proletario honrado y de buena fibra; de una ignorancia impresionante. A pesar de haber sido seminarista, ignoraba la parte positiva de la Justicia cristiana, la más esencial. Donoso Cortés lo tiene por un demoníaco. Puede ser. Pero más parece un ignorante, sembrado de “virtudes cristianas que se han vuelto locas”.
Lo positivo de la Justicia cristiana está contenido simplemente en el precepto: “Amarás al prójimo como a ti mismo”7, lo cual es mucho más que decir “no dañarás al prójimo”. Decir “como a ti mismo” es decir que yo soy uno y el prójimo es otro, y después equipararlo conmigo, lo cual es el efecto propio del amor. Eso significa que el prójimo tiene cosas suyas que son distintas de las mías, y no se reducen solamente al dinero, y esas cosas positivamente yo se las debo, no de limosna sino de Justicia: si tiene, hambre, yo le debo una parte de mi pan; si está perseguido, yo le debo mi defensa; si merece un puesto, yo debo dárselo y no excluirlo para ponerme yo; si es ignorante, yo le debo mi saber. Deste modo, la definición pagana de la Justicia: “dar a cada cual lo suyo” (unicuique suum) se amplía por obra del amor maravillosamente. En la Justicia natural, el tener yo saber no me crea ninguna obligación, lo imparto o comparto si quiero; pero en la Justicia cristiana, que considera el saber un don de Dios, nace la obligación de Caridad de trabajar para compartirlo. –Pero entonces es Caridad y no Justicia. –La Justicia en el cristiano está envestida de la Caridad, o sea el Amor, lo mismo que todas las otras virtudes, como veremos. “Dad a los que no os pueden devolver nada”, dijo Jesucristo, “ni siquiera gratitud”8. Nace el Buen Samaritano. El buen samaritano da compasión, ayuda, dinero, tiempo y cuidado a un desconocido que topa y que es, religiosamente, su enemigo. “Bien, ése es tu prójimo”, dice Jesucristo9.
En suma, la Justicia cristiana consiste en reconocer al otro como persona, no como algo mío, sino como EL EN SÍ, munido de toda clase de derechos; y entonces volverme dese modo “deudor de todo el mundo”, como decía San Pablo de sí mismo10. Lejísimos de la ruin Justicia burguesa, comercial y liberal, que tiene como máxima alabanza: “Yo no debo nada a nadie: este hombre no debe nada a nadie”. La alabanza verdadera es: “Yo me debo a todos”.
El efecto de la Justicia es conservar el orden en las relaciones humanas; y ese orden después de Jesucristo no se puede conservar sino por el amor, digamos por una exageración del despego de sí mismo, para lo cual es necesaria la Fortaleza.

La Fortaleza

"Todo el mérito de la Fortaleza viene de la Justicia" -dice Santo Tomás. Fortaleza significa simplemente Valentía y se define: "la aptitud para acometer peligros y soportar dolores". De Luis XVI de Francia escribió Hipólito Taine: "Tenía todas las virtudes de un cristiano, pero no las de un Rey". Se equivocaba grandemente: la Fortaleza, que le faltó a Luis XVI (aunque no en el momento de su muerte santa), es estrictamente una virtud del cristiano, aunque no del cristiano liberal. La cobardía puede ser pecado mortal y Jesucristo tenía verdadera inquina a la cobardía. En el Apokalypsis San Juan enumera una cantidad de condenados al fuego, y entre ellos pone "los mentirosos y cobardes"11, que faltan a la Justicia y a la Fortaleza.
La falsificación liberal de la Fortaleza consiste en admirar el coraje en sí, con prescindencia de su uso, o sea, prescindiendo de la Prudencia y la Justicia.
Pero el coraje aplicado al mal no es virtud, es una calamidad, es "la palanca del Diablo" dice Santo Tomás.
El coraje en sí puede ser una cualidad natural, una especie de furor temperamental, una ceguera para ver el peligro, o una estolidez en soportar males que no se deben soportar. Entre nosotros, por ejemplo, es usual admirar y encarecer a Sarmiento porque era corajudo. Está bien, pero falta ver todavía si aplicó ese coraje, que le venía simplemente de haber nacido sanjuanino, a una buena causa o a una mala causa, como por ejemplo, la exaltación soberbia de sí mismo; si la aplicó a buenas causas lo nombraremos prócer. En un discurso para la inauguración de un busto de Rosas en Sáenz Peña (Chaco) Marianito Grondona dijo que estaba dispuesto a reconocer a Rosas como un héroe si los rosistas reconocían a Sarmiento como un héroe, aunque no con estas palabras. Dijo literalmente: “Debemos venerar y honrar a todos nuestros próceres, porque somos una nación joven, que no tiene muchos, prescindiendo de sus defectos, de sus fallas y hasta de sus crímenes”, dijo el orador. Un momento: un héroe que hace crímenes no es héroe; y nosotros no podemos prescindir de sus crímenes. Mejor es que caigan Rosas y Sarmiento, antes que amontonarlos a los dos en una coyunda común. Ninguno de los dos fue prócer, en todo caso, Marianito.
Lavalle era un prócer y mató a Dorrego; pero Dorrego también es un prócer y los dos tienen su estatua en la misma calle a 300 metros de distancia. En la realidad estuvieron tan distantes como la Muerte y la Vida; pero ahora están juntitos “en el abrazo luminoso de la inmortalidad” que dice Marianito Grondona. Creo (y corríjanme si me engaño) que Lavalle no tuvo más virtud de Fortaleza que el coraje para pelear en la guerra, fue un “buen sable”, la virtud del tigre y del toro, no la virtud del cristiano, incluso tomando “cristiano” en el sentido criollo de humano, de hombre racional. Fue un poco bobo.
La Fortaleza no excluye el miedo, solamente lo domina; al contrario ella está fundamentada en un miedo, en el miedo profundo del mal definitivo, de perder mi propia razón de ser. La Fortaleza se basa en que el hombre es vulnerable, el ángel no puede tener Fortaleza porque no puede recibir heridas. La Fortaleza consiste en ser capaz de exponerse a las heridas y a la muerte (el martirio, supremo acto de la virtud de Fortaleza) antes de soportar ciertas cosas, de tragar ciertas cosas y de hacer ciertas cosas. No existiría la Fortaleza o Valentía si no existiera el miedo:

“el miedo es natural en el prudente,
y el saberlo vencer es ser valiente”,

y tampoco si no existiera la vulnerabilidad. ¡Qué palabra más fea!
(PARÉNTESIS acerca de nuestra lengua. Hemos perdido el latín “vulnus”, que significa “herida”, y tenemos “vulnerable” y “vulnerabilidad”, palabra sexquipedal. El castellano perdió muchísimas de las palabras raíces, el sustantivo o el verbo corto y simple, y conservó los derivados, a veces larguísimos y para la mayoría incomprensibles; sobre todo en países donde no se estudia el latín en las escuelas. ¿Países, dije? País hay uno solo, la Argentina: hasta los rusos estudian ahora latín; así que nuestra lengua en nuestras bocas se va derruyendo. La gente usa las palabras a bulto, sin comprenderlas exactamente, incluso los periodistas, los locutores ¡y los políticos! No digamos “totalitarismo”, por ejemplo: no es palabra castellana, es un barbarismo. “Totalismo” sería, en todo caso; “tota-lita-rismo” es casi impronunciable, y el vulgo cree que es el nombre de dos bailarinas. Dicen “irrefragable” queriendo significar “inevitable”: irrefragable significa “lo que no se puede votar en contra”, viene de “suffragari”, votar a favor (sufragio), y “refragari”, votar en contra (“refragio” deberíamos tener). Irrefragable es algo que no se puede negar ni rechazar ni objetar ni siquiera discutir; y así “opinión irrefragable” está bien, pero “acontecimiento irrefragable”, como dice Bernardo Vogelman, está pésimo. Y así “indeleble” lo he visto usado por “inolvidable”; “indeleble” es lo que no se puede borrar; pero el colmo es “latente”: los cagatintas creen que viene del verbo latir y lo usan en el sentido de palpitante; y viene del verbo later, que se perdió, y significa “estar escondido”. No es lo mismo. –Y esto ¿qué tiene que ver con la virtud de la Fortaleza? –La Fortaleza que se necesita para escuchar “Radio” y leer los diarios).
La virtud de la Valentía no supone no tener miedo; al revés, supone un supremo miedo al último y definitivo mal, y el miedo menor a los males de esta vida captados en su realidad real; de acuerdo a la palabra de Cristo: “No temáis tanto a los que pueden quitar la vida del cuerpo; temed más al que puede cuerpo y alma condenar para siempre”12. No dice: “No temáis nada”, porque eso es imposible: el prudente naturalmente teme los males naturales captados en su realidad real, no en imaginaciones… Dice Cristo: “temed menos”; y en caso de conflicto que el temor mayor venza al menor, impidiéndonos “perder el alma”, aun a costa de perder la vida.
De ahí que los dos actos precipuos de la Fortaleza son acometer y aguantar; y este último es el principal; dice Santo Tomás inesperadamente. ¿Cómo? ¿No es mejor siempre la ofensiva que la defensiva, la actividad que la pasividad? Santo Tomás parece apocado, parece aconsejar agacharse y aguantar más bien que atacar; y el mundo siempre ha tenido el ataque por más valeroso que el simple aguante.
Santo Tomás tiene por más a la Paciencia que al Arrojo; pero no excluye el Arrojo cuando es posible, al contrario; con otra proposición paradojal dice que la Ira trabaja con la Fortaleza y hace parte de ella.
¡Oh argentinos, que no sois capaces de airaros y os refugiáis en la pasividad resentida! No sois fuertes, ni sois tan siquiera pacientes.
En la condición actual del mundo, en que la estupidez y la maldad tienen mucha fuerza, hay muchos casos en que no hay chance de lucha; y aun para luchar bien se necesita como precondición la paciencia; y a veces el sacrificio. “He aquí que os envío como corderos en medio de lobos”13. El acto supremo de la virtud de la Fortaleza es el martirio, pero la Iglesia ha llamado siempre al martirio “triunfo” y no derrota.
La Ira reta arroja al hombre recto al ataque, o al menos lo mantiene en su puesto: “airaos sin pecar” dice San Pablo14, de lo cual el dio grandes ejemplos, o sea, indignaos ante el Mal sin frenesí ni desorden. El hombre que no puede indignarse no es hombre, ni tampoco mujer: es un cuitadillo. La recta indignación es el permanente motor del paladín: ella presta y aumenta las fuerzas. La Ira desordenada es uno de los pecados capitales; pero la Ira de suyo es una pasión natural, que como todas ellas puede ser o buena o mala según sea o no gobernada por la razón. Me gustaría verlo a Illia iracundo algún día.
Existe un concepto vulgar de que la virtud consiste en la ausencia de pasiones y la santidad en la eliminación de las pasiones: es erradísimo. Las pasiones son las fuerzas naturales del hombre, sin las cuales no podemos hacer nada grande –ni chico, no podemos caminar: “los afectos son los pies del alma”, dice San Agustín. El burgués se disgusta ante cualquier apasionamiento, le parece que se quiebra la corrección o la buena educación: “¡Vamos, paz, paz, querido: no te atufes: despacio, despacio!”. Esta virtud pacata que consistiría en la eliminación de las pasiones es el falso concepto de los estoicos antiguos, de los modernos liberales, y de la religión y cosmovisión budista: un Schopenhauer, por ejemplo; pero eso no es virtud, será corrección a lo más, y a lo menos es debilidad, insensibilidad y apatía. Para que triunfen los malos en el mundo, basta que los buenos no hagan nada. Por eso en la Argentina los malos gobiernos se ponen a gritar: “¡Paz, tranquilidad, reencuentro de todos los argentinos buenos y malos!” Pero eso, la mescolanza del bien y del mal en la falsa tranquilidad burguesa, ése es el reencuentro en la ignominia –y no en la Paciencia.
“Ten cuidado con el hombre paciente: es peligroso” –dijo uno. ¿Por qué? Porque espera su momento. La paciencia consiste formalmente en no dejarse derrotar por las heridas, o sea, no caer en tristeza desordenada que me abata el corazón y perturbe el pensamiento; hasta hacerme abandonar la Prudencia, abandonar el bien o adherir al mal; y en eso se ejerce una actividad enorme. “Soportar es más fuerte que atacar”; y por eso las mujeres tienen muchas veces más fortaleza que los varones: y por eso una buena mujer que ha soportado toda la vida a un mal marido ha hecho quizá una hazaña mayor que si le hubiera dado un garrotazo; aunque esto también puede servir a veces.
Otra vez volvemos los ojos al error moderno y plebeyo; considerar la paciencia como la actitud lacrimosa y pasiva del “corazón destrozado”, que dicen. Al contrario, la paciencia consiste en no dejarse destrozar el corazón, no permitir al Mal invadir mi interior. Por tanto en el fondo se basa en la convicción o en la fe en mi última “invulnerablez”, en mi inmunidad definitiva. Pase lo que pase, al fin yo voy a vencer, cree el cristiano; y hasta el fin nadie es dichoso. Aunque sea a través de la muerte, si es inevitable; pero si no es inevitable, no. Como dijo Don Pío Ducadelia al morir:

Oíd, mi Padre Confesor
y parentela entera:
si hay que morir, yo muero por…
fuerza, no porque quiera.

De donde se ve que la Paciencia pisa y pende de la virtud de la Esperanza sobrenatural, lo mismo que la Fortaleza, y no del apocamiento y la debilidad.

Sufra y aguante,
tenga paciencia,
que con paciencia
se gana el cielo,

dice el tango: pero la paciencia no consiste en el sufrir sino en el vencer el sufrimiento: “eso no lo sufro yo” –dijo el Valeroso. Sufrir y aguantar no es lo mismo: aguantar es activo, y es pariente de “aguardar” y “aguaitar”.
Con razón dice el filósofo Pieper que la Fortaleza o Valentía atraviesa los tres órdenes humanos, el Pre-orden, el Orden, y el Super-orden, y está integrada en ellos. El Pre-orden en este caso es el coraje natural, el instinto de agresión en
el varón sobre todo, y de resistencia en la mujer sobre todo, que lo poseen lo mismo el ser humano que el león o el mastín, y depende mucho del cuerpo, temperamento y temple; el Orden es el coraje ordenado por la razón y devenido valentía o valor; y el Super-orden es la virtud moral de la Fortaleza, pendiente de la virtud supernatural de la Esperanza, la cual informa a los otros dos órdenes y los robustece o se los incorpora; de tal modo que puede darse un hombre tímido, cansado, entristecido y castrado de lo natural, que haga grandes fortalezas en virtud de su virtud sobrenatural –como se ha visto en débiles mujeres y enfermas, de llapa –como aquella santa que estaba embarazada y era una esclava- en el tiempo de los triunfos de los mártires.
Una ilustración de todo esto puede ser una novela policial del irlandés yanqui Day Keene (no sé si es varón o mujer) llamada Naked Fury (Desnuda Furia), que leí poco ha en alemán, donde ninguna mención se hace de la Virtud ni de la Religión, pero en sí misma es de inspiración católica. No es una policíaca yanqui en puridad, sino una tragedia shekspiriana y sofoclea a la vez. El héroe es una Magnánimo, un caudillo político de una pequeña ciudad yanqui, que hace bien a todos y por ende es seguido de todos; cuya suprema aspiración de su vida, por la cual lucha y se sacrifica, es ver al suburbio miserable, hediondo y malsano donde nació, saneado y convertido en un barrio humano y decente por medio de elecciones y electoralismo –democracia.
Es el Magnánimo de Aristóteles, que tiene que enfrentar a la política corrompida y criminosa, es engañado por ella, cae en una trampa, está a punto de claudicar; y de repente es poseído de un sacro furor a una palabra de su mujer: “Pero él todavía tiene corazón”; y con la fuerza de la ira recta, mata y muere, a la vez fiscal y verdugo; pero vence al morir.
No es un santo, es un pecador, pero tiene el magno ánimo o señorío, que es una gran virtud natural o mejor dicho es la tierra de todas las virtudes. Está juntado con una pobre mujer, que es tan magnánima como él o más, con la cual propone casarse y retirarse a vivir tranquilo, una vez acabado su combate, al cual sacrifica todo; y cae al final en un delito de adulterio, del cual abomina al instante, pero cae con la atenuante de una tentación tremenda. Por tanto, es un hombre humano y defectuoso, no es un estoico ni un superhombre, pero es un hombre, como dice un periodista al final, en presencia de su cadáver y de su mujer: “No fue un santo; ya ha sido juzgado de sus yerros en otra parte; pero fue un hombre; y amaba a los hombres”. Y a la mujer le dice: “No llores” –y ella contesta: “No lloro”.
Es una obra de arte perfecta, como nos dan de vez en cuando los yanquis, que constituye como una ilustración pagana (digamos) de la virtud de la Fortaleza y las otras virtudes cristianas.

La Templanza

A la Fortaleza sigue la más chica de las virtudes cardinales, la Templanza o Temple (propongo se denomine a las virtudes cardinales Discriminación, Ecuanimidad, Valentía y Temple), la más pequeña pero la más urgente y cotidiana: la más pequeña porque dice respecto a sí mismo y no en relación con los demás, es individual y no comunitaria; pero su falta estropea o debilita todas las otras virtudes, hasta hacerlas desaparecer a veces. La Lujuria, por ejemplo, produce imprudencia, injusticia y cobardía –estropea las otras virtudes.
La Templanza, para el burgués, consiste en no hacer excesos peligrosos, evitar el escándalo y, si acaso, no ser casto pero ser cauto: usar el “preservativo”; en suma: “ser moderados en todo”, como dicen, dando a “moderado” el sentido de “mediocre”. O sea, la Templanza burguesa se vuelve puramente negativa, como la Prudencia burguesa, la Justicia burguesa y la Fortaleza burguesa. Pero la Templanza es una virtud positiva, consiste en el recto uso de los placeres y también, por supuesto, en la recta exclusión de algunos placeres; tanto es así que entre las ramas de la Templanza existe una virtud poco conocida hoy día que los griegos llamaban “eutrapelia”: la virtud de “saberse divertir”, el arte de divertirse bien, es decir, mucho. Esto no es una broma o una ocurrencia, Santo Tomás diserta muy sabiamente acerca de la eutrapelia, que creo que para él consistía principalmente en leer libros y dar clases; y para mí consiste en escribir novelas que es mucho más divertido que leerlas. Leer novelas, aunque sean novelones, es un deleite lícito y humano; contra la opinión del P. Luis Martín, General S.J., que las llama “fábulas estúpidas y lascivas”.

“Yo he dado en Don Quijote pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno
en cualquiera lugar y en todo tiempo…”,

porque la Templanza, así como comprende la abstinencia, la continencia y la renuencia, también comprende la eutrapelia, la afabilidad, la sociabilidad, la gracia en el hablar, el viajar, el cantar (pero cantar bien), el nadar, el domar potros (aunque esto tiene algo de la Fortaleza), el gusto artístico, el huir de los necios, el no comprar diarios y… la buena cocina. La mala cocina es un pecado contra la Templanza.
-¡Cómo que m´hi divertío anoche! –dijo el salteño. -¿Y qué hiciste? –Comí arroz con leche.
La Templanza es católica, la moderación es protestante. Si la Templanza consistiese en la mera corrección externa del burgués, entonces los puritanos serían prodigios de virtud; y el Puritanismo, que rechaza todos los placeres o se avergüenza de los inevitables o indispensables, condena el teatro, la pintura y todas las bellas artes y se pasa la vida oprimiendo a sus hijos y a sus prójimos, no es virtud sino vicio: es el fanatismo de la negatividad. Esos dos grandes escritores ingleses, Chesterton y Belloc se pasaron la vida alardeando de su afición a la cerveza y su afición al vino respectivamente; y sus adversarios los tachaban de bohemios, viciosos y borrachos; y en realidad era el gusto de reírsele en la cara al Puritanismo inglés; y creo que hicieron más apología cristiana con sus vidas alegres que con todos sus libros de Apologética. Belloc escribió un largo poema al vino, “The Wine”, que es una de las cumbres de la poesía inglesa, tan rica hoy día; donde junto con el vino anda el viajar, el dirigir un velero, el hacer bromas, el hacer versos, el cenar con los amigos, el corregir los deberes de los hijos, pelearse con la mujer, polemizar con los protestantes –toda la eutrapelia, podía llamarse en vez de “The Wine”, “The Eutrapely”- para acabar con la buena muerte y el Santísimo Sacramento. Al pobre Belloc le vino por permisión de Dios un diluvio de desgracias al fin de la vida y tuvo que ejercitar la paciencia mucho más que la eutrapelia; pero sus cincuenta o sesenta años de eutrapelia no se los quita nadie. San Hilario Belloc: Hilario significa alegre, de donde viene “hilaridad”; y es otra de las palabras latinas que hemos perdido, hílaro, alegre.

Conclusión

En suma, el Liberalismo corrompió las virtudes cardinales naturalizándolas (puesto que el Liberalismo es Naturalismo religioso) y mutilándolas (puesto que el Liberalismo es falta de grandeza, es la idiosincrasia del comerciante); y en consecuencia suprimió las virtudes teologales, la Fe, la Esperanza y la Caridad.
La virtud es lo más allá que un hombre puede ser; el ensanchamiento, la plenitud del ser humano en cuanto humano; pero Cristo añadió otra plenitud, la plenitud del ser humano en cuanto sobrehumano, o sea elevado al orden sobrenatural. Desto, más adelante, si Dios quiere.

1 Extraído de “Castellani por Castellani”, pp. 330-342, BAJO EXPRESO PERMISO DEL POSEEDOR DE LOS DERECHOS DE AUTOR.
2 Romanos 8, 6.
3 Sobre esto, ver La Autoridad y sus Funciones, p. 82. [sic en el original en papel]
4 El orden de las partes a las partes.
5 El orden de las partes al todo.
6 El orden del todo a las partes.
7 Mateo 22, 39; Lucas 10, 27.
8 Lucas 6, 35.
9 Lucas 10, 29-37.
10 Romanos 1, 14.
11 21, 8.
12 Lucas 12, 5.
13 Mateo 10, 16.
14 Efesios 4, 26.

4 de agosto de 2010

RERUM NOVARUM


IV. LAS ASOCIACIONES

38. Finalmente, son los mismos capitalistas y los obreros quienes pueden hacer no poco -contribuyendo a la solución de la cuestión obrera-, mediante instituciones encaminadas a prestar los necesarios auxilios a los indigentes, y que traten de unir a las dos clases entre sí. Tales son las sociedades de socorros mutuos, los múltiples sistemas privados para hacer efectivo el seguro -en beneficio del mismo obrero, o de la orfandad de su mujer e hijos- cuando suceda lo inesperado, cuando la debilidad fuere extrema, o cuando ocurriere algún accidente; finalmente, los patronatos fundados para niños, niñas, jóvenes y aun ancianos que necesitan defensa. Mas ocupan el primer lugar las asociaciones de obreros, que abarcan casi todas aquellas cosas ya dichas. De máximo provecho fueron, entre nuestros antepasados, los gremios de artesanos; los cuales, no sólo lograban ventajas excelentes para los artesanos, sino aun para las mismas artes, según lo demuestran numerosos documentos. Los progresos de la civilización, las nuevas costumbres y las siempre crecientes exigencias de la vida reclaman que estas corporaciones se adapten a las condiciones presentes. Por ello vemos con sumo placer cómo doquier se fundan dichas asociaciones, ya sólo de obreros, ya mixtas de obreros y patronos; y es de desear que crezcan tanto en número como en actividad. Varias veces hemos hablado ya de ellas; pero Nos complace en esta ocasión mostrar su oportunidad, su legitimidad, su organización y su actividad.

39. La conciencia de la propia debilidad impulsa al hombre y le anima a buscar la cooperación ajena. Dicen las Sagradas Escrituras: Mejor es que estén dos juntos que uno solo; porque tienen la ventaja de la compañía. Si cayere el uno, le sostendrá el otro. ¡Ay de quien está solo, pues no tendrá, si cae, quien lo levante!. Y en otro lugar: El hermano, ayudado por el hermano, es como una ciudadela fuerte.

Y así como el instinto natural mueve al hombre a juntarse con otros para formar la sociedad civil, así también le inclina a formar otras sociedades particulares, pequeñas e imperfectas, pero verdaderas sociedades. Naturalmente que entre éstas y aquélla hay una gran diferencia, a causa de sus diferentes fines próximos. El fin de la sociedad civil es universal, pues se refiere al bien común, al cual todos y cada uno de los ciudadanos tienen derechos en la debida proporción. Por eso se llama pública, puesto que por ella se juntan mutuamente los hombres a fin de formar un Estado. Por lo contrario, las demás sociedades que surgen en el seno de aquélla llámanse privadas; y en verdad que lo son, porque su fin próximo es tan sólo el particular de los socios. Sociedad privada es la que se forma para ocuparse de negocios privados, como cuando dos o tres forman una sociedad a fin de comerciar juntos.


El Estado


40. Ahora bien; estas sociedades privadas, aunque existan dentro del Estado y sean como otras tantas partes suyas, sin embargo, en general y absolutamente hablando, no las puede prohibir el Estado en cuanto a su formación. Porque el hombre tiene derecho natural a formar tales sociedades, mientras que el Estado ha sido constituido para la defensa y no para el aniquilamiento del derecho natural; luego, si tratara de prohibir las asociaciones de los ciudadanos, obraría en contradicción consigo mismo, pues tanto él como las asociaciones privadas nacen de un mismo principio, esto es, la natural sociabilidad del hombre. Cuando ocurra que algunas sociedades tengan un fin contrario a la honradez, a la justicia, o a la seguridad de la sociedad civil, el Estado tiene derecho de oponerse a ellas, ora prohibiendo que se formen, ora disolviendo las ya formadas; pero aun entonces necesario es proceder siempre con suma cautela para no perturbar los derechos de los ciudadanos y para no realizar el mal so pretexto del bien público. Porque las leyes no obligan sino en cuanto están conformes con la recta razón, y, por ello, con la ley eterna de Dios.


Asociaciones religiosas


41. Pensamos ahora en las sociedades, asociaciones y órdenes religiosas de toda clase, a las que ha dado vida la autoridad de la Iglesia y la piedad de los fieles, con tantas ventajas para el bienestar mismo de la humanidad cuantas muestra la historia. Dichas sociedades, aun consideradas a la luz sola de la razón, al tener un fin honesto, por derecho natural son evidentemente legítimas. Si de algún modo se refieren a la religión, únicamente están sometidas a la autoridad de la Iglesia. No puede, pues, el Estado atribuirse sobre ellas derecho alguno, ni arrogarse su administración; antes bien, tiene el deber de respetarlas, conservarlas y, si fuere necesario, defenderlas.

Pero, ¡cuán de otra manera ha sucedido, sobre todo en estos nuestros tiempos! En muchos lugares y por las maneras más diversas, el Estado ha lesionado los derechos de tales comunidades, contra toda justicia: las enredó en la trama de las leyes civiles, las privó de toda personalidad jurídica, las despojó de sus bienes: bienes, sobre los que tenía su derecho la Iglesia, el suyo cada uno de los individuos de aquellas comunidades, y el suyo también aquellas personas que los habían dedicado a cierto fin determinado, así como aquellos a cuya utilidad y consuelo estaban dedicados.

Nos, pues, no podemos menos de lamentarnos de semejantes despojos tan injustos como perniciosos; y ello, tanto más cuanto que vemos cómo se prohiben sociedades católicas, tranquilas y verdaderamente útiles, al mismo tiempo que solemnemente se proclama pro las leyes el derecho de asociación; y en verdad que tal facultad está concedida con la máxima amplitud a hombres que maquinan por igual contra la Iglesia y contra el Estado.


Asociaciones obreras


42. Cierto que hoy son mucho más numerosas y diversas las asociaciones, principalmente de obreros, que en otro tiempo. No corresponde aquí tratar del origen, finalidad y métodos de muchas de ellas. Pero opinión común, confirmada por muchos indicios, es que las más de las veces dichas sociedades están dirigidas por ocultos jefes que les dan una organización contraria totalmente al espíritu cristiano y al bienestar de los pueblos; y que, adueñándose del monopolio de las industrias, obligan a pagar con el hambre la pena a los que no quieren asociarse a ellas. -En tal estado de cosas, los obreros cristianos no tienen sino dos recursos: O inscribirse en sociedades peligrosas para la religión, o formar otras propias, uniéndose a ellas, a fin de liberarse valientemente de opresión tan injusta como intolerable. ¿Quién dudará en escoger la segunda solución, a no ser que quiera poner en sumo peligro el último fin del hombre?

43. Muy dignos, pues, de alabar son muchos católicos que, conociendo las exigencias de estos tiempos, ensayan e intentan el método que permita mejorar a los obreros por medios honrados. Y una vez quehan tomado su causa, se afanan por mejorar su prosperidad, tanto la individual como la familiar, así como también por mejorar las relaciones mutuas entre patronos y obreros, formando y confirmando en unos y en otros el recuerdo de sus deberes y la observancia de los preceptos evangélicos: preceptos que, al prohibir al hombre toda intemperancia, le hacen ser moderado; a la vez que, en medio de tantas y tan distintas personas y circunstancias, logran que, dentro de la sociedad, se mantenga la armonía. Para ese fin vemos cómo se reúnen con frecuencia, en Congresos, varones los más ilustres que se comunican mutuamente sus consejos, unen sus fuerzas, se consultan sobre los mejores procedimientos. Otros se consagran a reunir a los obreros, según sus diversas clases, en oportunas sociedades: las ayudan con sus consejos y sus medios, les procuran honrado y fructuoso trabajo. Les animan y patrocinan los Obispos, y bajo su dependencia muchos miembros de uno y otro clero atienden con singular celo al bien espiritual de los asociados. Ni siquiera faltan católicos ricos que, como haciendo causa común con los trabajadores, no perdonan gastos para fundar y difundir ampliamente asociaciones que le ayuden al obrero, no sólo a proveerse con su trabajo para las necesidades presentes, sino también a asegurarse un decoroso y tranquilo descanso en lo por venir. Los grandes beneficios que tantos y tan denodados esfuerzos han logrado para el bien común, son tan conocidos que sería inútil querer hablar ahora de ellos. Pero nos dan ocasión de esperar todo lo mejor para lo futuro, si estas sociedades crecieren sin cesar y se organizaren con prudencia y moderación. Proteja el Estado semejantes asociaciones jurídicamente legítimas, pero no se entrometa en lo íntimo de su organización y disciplina; porque el movimiento vital nace de un principio interior y fácilmente lo sofocan los impulsos exteriores.

44. Esta sabia organización y disciplina es absolutamente necesaria para que haya unidad de acción y de voluntades. Por lo tanto, si los ciudadanos tienen -como lo han hecho- perfecto derecho a unirse en sociedad, también han de tener un derecho igualmente libre a escoger para sus socios la reglamentación que consideren más a propósito para sus fines. -No creemos que se pueda definir con reglas ciertas y precisas cuál deba ser dicha reglamentación: ello depende más bien de la índole de cada pueblo, de la experiencia y de la práctica, de la cualidad y de la productividad de los trabajos, del desarrollo comercial, así como de otras muchas circunstancias, que la prudencia debe tener muy en cuenta. En resumen; puede establecerse la regla general y constante de que las asociaciones de los obreros deben ordenarse y gobernarse de tal suerte que suministren los medios más oportunos y convenientes para la consecución de su fin, el cual consiste en que cada uno de los asociados reciba de aquéllas el mayor beneficio posible tanto físico como económico y moral.

Es evidente que ha de tenerse muy en cuenta, como fin principal, la perfección religiosa y mora; y que a tal perfección debe enderezarse toda la disciplina social. Pues de otra suerte dichas sociedades degenerarían y se deformarían, y no tendrían mucha ventaja sobre aquellas otras asociaciones que no quieren preocuparse para nada de la religión. Por lo demás ¿de qué serviría al obrero haber podido encontrar en la sociedad una gran abundancia de bienes materiales, si su alma se pusiera en peligro de perderse por no recibir su propio alimento? ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?. Consigna es de Cristo Jesús, que señala el carácter que distingue al cristiano del pagano: Todas esas cosas las van buscando los gentiles..., buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas os serán añadidas. Partiendo, pues, de Dios como principio, gran importancia se dará a la instrucción religiosa, de suerte que cada uno conozca sus deberes para con Dios, qué debe creer, qué debe esperar y qué debe hacer para su eterna salvación; que todo esto lo lleguen a saber muy bien y que se tenga buen cuidado de fortalecerles y prevenirles contra los errores corrientes y contra los varios peligros de corrupción. Que el obrero se anime al culto de Dios y al amor de la piedad, y señaladamente a la observancia de los días festivos. Aprenda a reverenciar y amar a la Iglesia, madre común de todos; y asimismo a obedecer sus mandatos y frecuentar los sacramentos, medios establecidos por Dios para lavar las manchas del alma y para adquirir la santidad.

45. Si el fundamento de los estatutos sociales se coloca en la religión, llano está el camino para regular las relaciones mutuas de los socios mediante la plena tranquilidad en su convivencia y el mejor bienestar económico. Distribúyanse los cargos, atendiendo tan sólo a los intereses comunes; y ello con tal armonía, que la diversidad no perjudique a la unidad. Conviene, asimismo, muy bien distribuir y determinar claramente las cargas, y ello de tal suerte que a nadie se lastime en su derecho. Que los bienes comunes de la sociedad se administren con rectitud, de tal suerte que los socorros sean distribuidos en razón de la necesidad de cada uno; y que los derechos y deberes de los patronos se armonicen bien con los derechos y deberes de los obreros. Si unos u otros se creyeren dañados en algo, de desear es que se busquen en el seno de la misma corporación hombres prudentes e íntegros, que como árbitros terminen el pleito con arreglo a los mismos estatutos sociales. Con suma diligencia habrá de proveerse para que en ningún tiempo falte trabajo al obrero, y para que haya fondos disponibles con que acudir a las necesidades de cada uno; y ello, no sólo en las crisis repentinas y casuales de la industria, sino también cuando la enfermedad, la vejez o los infortunios pesaren sobre cualquiera de ellos.

46. Si tales estatutos son aceptados voluntariamente, se habrá provisto lo bastante al bienestar material y moral de las clases inferiores; y las sociedades católicas ejercitarán una influencia no pequeña en el próspero progreso de la misma sociedad civil. Lo pasado nos autoriza no sin razón a prever lo futuro. Pasan los tiempos, pero las páginas de la historia son muy semejantes, porque están regidas por la providencia de Dios, la cual gobierna y endereza todos los acontecimientos y sus consecuencias hacia aquel fin que ella se prefijó al crear el linaje humano. -Sabemos que en los primeros tiempos de la Iglesia se censuraba a los cristianos, porque la mayor parte de ellos vivían de limosna o del trabajo. Y aun así, pobres y débiles, lograron conciliarse la simpatía de los ricos y el patrocinio de los poderosos. Se les podía contemplar activos, laboriosos, pacíficos, ejemplares en la justicia y, sobre todo, en la caridad. Y, ante tal espectáculo de vida y costumbres, se desvaneció todo prejuicio, enmudeció la maledicencia de los malvados; y, poco a poco, las mentiras de la inveterada superstición cedieron su lugar a la verdad cristiana.

47. Mucho se habla ahora de la cuestión obrera, cuya buena o mala solución interesa grandemente al Estado. Bien la solucionarán los obreros cristianos, si, unidos en asociaciones y dirigidos con prudencia, siguieren el mismo camino que con tanto beneficio para sí y la sociedad recorrieron nuestros padres y antepasados. Porque gran verdad es que, por mucha que sea entre los hombres la fuerza de los prejuicios y de las pasiones, sin embargo, si la malicia en el querer no apagare en ellos el sentido de la honestidad, deberá ser mucho mayor la benevolencia de los ciudadanos hacia aquellos obreros, cuando les vieren activos y moderados, sobreponiendo la justicia a las ganancias y anteponiendo la conciencia de su deber a todas las demás cosas. Y de ello se seguirá otra ventaja, esto es, el ofrecer esperanza y facilidad no pequeña de conversión aun a aquellos obreros, a quienes falta la fe o una vida según la fe. Estos, no pocas veces, comprenden que han sido engañados por falsas apariencias, por vanas ilusiones. Y sienten también cómo amos codiciosos les tratan inhumanamente, y cómo casi no les estiman sino en poco más de lo que producen con su trabajo; y cómo en las sociedades, donde se encuentran metidos, en vez de caridad y amor no hay sino internas discordias compañeras inseparables de la pobreza orgullosa e incrédula. Desanimados en su espíritu y extenuados en su cuerpo, muchos querrían liberarse de esclavitud tan abyecta; pero no se atreven, o porque lo impide el respeto humano o porque tiemblan ante la segura miseria. En modo admirable aprovecharían a todos éstos para su salvación las asociaciones católicas, si, allanándoles el camino, les invitaren haciéndoles salir de las dudas; y si, ya arrepentidos, los acogieren en su patrocinio y su socorro.