26 de julio de 2011

EL ESTADISTA DE LA PAMPA

Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793; “será católico y militar” dijo su padre Don León Ortiz de Rosas. Fallecería casi 84 años después en su casa quinta en Swanthling, distante de 3 millas de Southampton, víctima de una inflamación en los pulmones agravada por la exposición a la inclemencia del tiempo, un 14 de marzo de 1877.

A pesar de contar con sólo 13 años, sirvió como ayudante de municiones en las fuerzas de Liniers en la primera invasión inglesa en 1806; lo que mereció una felicitación por escrito del jefe de la Reconquista, en la que resaltaba “su bravura, digna de la causa que defendía”.


Don Juan Manuel fue un hombre llamado por el destino para ocupar un sitial de gloria en la historia de la Patria. Por su patriotismo y coraje fue llamado a gobernar en dos oportunidades, después de rechazar, en ambas ocasiones, dichos ofrecimientos. No ambicionaba el poder.


Cuando asume en la primera gobernación el 6 de diciembre de 1829, su carruaje es llevado a pulso por el Pueblo hasta el Fuerte, hoy Casa Rosada. Su bello discurso de asunción lo finaliza expresando: “Reposad, milicianos, bajo el árbol de la paz; en vuestras virtudes curad las heridas de la Patria, y apoyad su marcha con el respeto a las autoridades”.


Don Juan Manuel fue un auténtico líder, sus seguidores se contaban en todos los estratos de la sociedad, cuyas diferencias se diluían al seguir a su conductor. Dirá el Cacique Catriel: “Nuestro hermano Juan Manuel, indio rubio y gigante y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos por la amistad que teníamos por Juan Manuel; Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron invadimos todos juntos”. Rosas fue el único que benefició a los negros, incluso concurría a las festividades de las respectivas naciones africanas y hasta hubo negros que tenían el grado de Teniente Coronel, mientras en otras partes del mundo eran humillados y explotados. Así, hombres y mujeres eran cobijados por el manto sagrado de la Patria y alumbrados sus senderos existenciales por el sol de la justicia.


Juan Manuel de Rosas defendió heroicamente la soberanía de la Patria en el bloqueo francés de 1838 y en la invasión Anglo-francesa de 1845, repelida en el combate Vuelta de Obligado, Tonelero, Quebracho y San Lorenzo por resistirnos a que nuestros ríos interiores sean extranjeros.


Caben destacar los elogios del Gral. San Martín al Restaurador efectuados en su última carta fechada, el 6 de mayo de 1850, expresa: “como argentino me llena de un verdadero orgullo el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida Patria” y agrega que “al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino”; en su testamento legaría su sable a Don Juan Manuel.


Adalid del Federalismo, con la ley de Aduana de 1835 (año en que asume su segundo gobierno) que impuso aranceles para artículos importados de entre el 5 y el 50 %, sobre artículos de lujo, sobre cosas que el país produce y sobre lo que no es absolutamente necesario, permitió el desarrollo de la economía del interior alcanzando un vigor y esplendor único, a su caída en 1852 había: ciento seis fábricas (dos fundiciones, siete de jabones, tres de pianos y dos de carruajes, entre otras) y setecientos cuarenta y tres talleres, entre los cuales ciento diez carpinterías, ciento ocho zapaterías y setenta y cuatro herrerías y dos mil ocho casas de comercio. También se introduce la primera máquina de vapor, se crea la primera fábrica de fundición y mecánica, se inaugura la primera lénea de cabotaje en el Atlántico sur, son traídos los primeros vacunos “Shorthorn” y se colocan los primeros alambrados, en Tucumán llega a haber trece ingenios de caña de azúcar, ( “Vida de Don Juan Manuel de Rosas – Manuel Gálvez, Ed. Tor, 1954). Agrega al respecto José María Rosa en su “Historia Argentina” (Tomo IV, Ed. Oriente 1973): en Salta se hilaba algodón, cigarros, harina y vinos; en Catamarca y La Rioja se producían algodón, tejidos, aceites, vinos y aguardiente; en Cuyo, viñedos, talleres de carretas, curtiembres, elaboración de frutas secas y seda; en Santa Fe, algodón, tejidos, maderas, carbón de leña; similar en Entre Ríos y Corrientes demás de tabaco y azúcar. Una Argentina Próspera y Digna, que se encontraba entre las más florecientes naciones de su época. Igual status que gozó el Paraguay con. José Gaspar Rodríguez Francia, Carlos Antonio López y Francisco Solano López antes de ser arrasada por la infame “Triple Alianza” (Argentina, Uruguay e Imperio del Brasil) apoyada en nuestro País por el criminal lacayo inglés de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento. Julio Irazusta en su libro “Influencia Económica británica en el Río de la Plata” (Eudeba, 1984), señala que Rosas “no endeudó más al país. No contrató un solo empréstito durante sus veintidós años de influencia o gobierno. Y en vez de aprovechar el privilegio de la aduana única en exclusivo beneficio de su provincia, lo aplicó a servir la causa nacional donde ella lo reclamase”.


En el mensaje del 1º de enero de 1837, informa que las modificaciones en la ley de Aduana “a favor de la agricultura y la industria han empezado a hacer sentir su benéfica influencia”, y que “los talleres de los artesanos se han poblado de jóvenes”. El Restaurador Juan Manuel de Rosas no es una figura mas en la historia argentina, los años de su vida política fueron los mas intensos, gloriosos y trascendentales para los destinos de la Nación. Años en que como nunca la Argentina estuvo a punto de convertirse en un mosaico de republiquetas decadentes mediatizadas por las logias masónicas de Londres. En el dilema existencial de “ser o no ser”, no caben dudas que Rosas es la mas genuina expresión del Ser Nacional Argentino, actuando, cuidando cada aspecto del quehacer nacional, protegiendo la Patria Grande que nos había legado el Libertador Gral. Don José de San Martín. Juan Manuel de Rosas nos guía con su obra y su ejemplo a transitar dignos, fieles y veraces este siglo XXI.


Se lo debe recordar y emular justamente ahora, en los albores del este siglo XXI, por encontrarse la Argentina famélica de actos de heroísmo, coraje, servicio y patriotismo, por lo menos de quienes tienen la obligación y el deber de gobernar; mas imperioso aún en un País que diaria y cotidianamente debe afirmar con denuedo y esfuerzo su voluntad de seguir existiendo.



Luis Francisco Asis Damasco