Por: Hector Bernardo
EL LIBERALISMO
El liberalismo es ante todo una filosofía. Toda reforma política comienza en filosofía y acaba en revolución. El liberalismo tuvo su filosofía en el Contrato Social y su revolución en la Revolución Francesa. El liberalismo es la filosofía de la libertad. Y la primera antinomia que encuentra Rousseau es precisamente esta: “El hombre ha nacido libre y por doquier se encuentra encadenado”. De aquí la necesidad de un retorno a lo primitivo, a la naturaleza, como decían los filósofos. Esta identificación entre naturaleza y primitivo va a crear un equivoco fundamental en la teoría. En efecto, la palabra naturaleza tiene dos acepciones diversas: puede significarse por ella un estado de hecho, existente antes de todo desarrollo debido a la inteligencia, y natural es entonces el estado primitivo como es natural la desnudez; y puede significarse también una esencia, y natural es entonces lo que responde a las exigencias de la esencia. Al confundir los conceptos y afirmar que el hombre nace libre, Rousseau niega ya la naturaleza social de este, y por tanto la subordinación a cualquier poder, puesto que identifica este estado primitivo de libertad e independencia con las exigencias de la esencia humana. Y encontrando que todos los hombres son iguales en cuanto a su esencia específica deduce, finalmente, que deben ser iguales en cuanto a su estado. La Naturaleza requiere que la igualdad más estricta sea rechazada entre los hombres, de suerte que en todo estado político que no es directamente opuesto a la Naturaleza y a su autor, una igualdad social absoluta deberá precisamente compensar las desigualdades naturales. Esta es la base metafísica de su dialéctica: la libertad y la igualdad. Su resultado: el individualismo, el aislamiento del individuo en la soledad del salvaje.
El hombre primitivo renuncia sin embargo a su soledad por los obstáculos que encuentra para su conservación. Busca, pues, la asociación con sus semejantes, pero una forma de asociación capaz de defender y proteger con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo que coda uno de éstos, uniéndose a todos, solo obedezca a si mismo y queda tan libre como antes.
Esta forma de asociación es el Pacto o contrato social que consiste en que cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo también a cada miembro como parte indivisible del todo. Aquí aparece el dogma de
Aparece al propio tiempo en Rousseau una intima contradicción: mientras por una parte afirma la libertad corno atributo esencial y a él sacrifica la noción de sociedad, por otra, al construir sobre la base del contrato un cuerpo social, sacrifica esta libertad en manos de la mayoría, de donde proporciona el fundamento para el absolutismo del Estado frente al individuo. Y es que en realidad el individuo aislado sucumbe ante el poder del Estado y se ve devorado por su propia construcción.
LA DEMOCRACIA
En cambio la democracia exige, además de la libertad, la realización de la igualdad en el plano político, traducida en la facultad del sufragio otorgada a todos los ciudadanos, en su calidad de miembros del pueblo soberano. Pero a medida que se le otorgan derechos políticos los ciudadanos se ven cada vez más despojados de su soberanía en beneficio del Estado en el cual se encarna la soberanía popular, La segunda fase del contrato social comienza a realizarse. Rousseau pensaba en su Ginebra o en alguna pequeña ciudad semejante cuando nos hablaba de democracia y ello explica algunas de sus afirmaciones. Ahora, en cambio, la democracia está funcionando sobre realidades sumamente complejas, sobre pueblos numerosos y diversos, hecho que determina una serie de consecuencias imprevistas.
Con el reinado de la democracia comienza por otra parte la afirmación del derecho sindical. En su contrato social Rousseau había negado la legitimidad de las sociedades particulares, en los siguientes términos: Si cuando el pueblo, suficientemente informado, delibera, no tuviesen los ciudadanos ninguna comunicación entre si, del gran numero de pequeñas diferencias resultará siempre la voluntad general y la deliberación seria siempre buena. Pero cuando se forman facciones y asociaciones parciales a expensas de la grande, la voluntad de coda asociación se hace general con respecto al Estado; se puede decir entonces que ya no hay tantos votos como hombres sino como asociaciones. Las diferencias son en menor número y dan un resultado menos general. Finalmente, cuando una de estas asociaciones es tan grande que supera a todas las demás, ya no tenemos par resultado una suma de pequeñas diferencias sino una diferencia única; ya no hay entonces voluntad general y el parecer que prevalece no es ya más que un parecer particular. Conviene, pues, para obtener la expresión de la voluntad general, que no haya ninguna. sociedad parcial en el Estado y que coda ciudadano opine según él piense.
Consecuente con este principio, la Revolución francesa había decretado la disolución de las corporaciones como atentatorias al principio de la libertad individual. La Lev Chapelier prohibía reunirse a los miembros de una misma profesión y nombrarse autoridades o formar reglamentos sobre sus pretendidos derechos comunes.
Los postulados de la economía liberal, dados por Adam Smith en su tratado sobre La Naturaleza y Causa de las Riqueza de las Naciones, habían determinado por otra parte Un abandono por el Estado de la actividad económica. Adam Smith eleva la economía al rango de ciencia autónoma, desvinculándola de lo político y traslada al plano económico el atomismo de la concepción rousseauniana. La cooperación de los hombres en la creación del producto se efectuará, según él, naturalmente y sin esfuerzo por la división del trabajo. Exalta, por otra parte, la importancia del capital para el aumento de la riqueza de las naciones y del principio del ahorro individual como fuente del capital llega por fin, a establecer la importancia del interés personal para obtener y mantener el progreso económico: Siguiendo su interés, dice, el individuo realiza a menudo el interés de la sociedad más eficazmente que si se propusiera promoverlo.
La vida económica se reduce desde entonces a una lucha de intereses. Por el contrato se establecen las relaciones económicas y por tanto las condiciones de trabajo, considerado éste como una mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda.
Contemporáneamente con la aplicación de estos principios comienza el desarrollo del maquinismo, que introduce una verdadera revolución en el sistema productivo. La filosofía optimista que domina la época comienza por ver en la máquina un factor liberativo del hombre. Pero la máquina engendra el maquinismo, es decir, la mecanización del trabajo, elimina el factor personal en la elaboración del producto y acelera el ritmo de la producción. Todo esto permitió un desarrollo de la economía liberal en un sentido de lucro. En efecto; la economía moderna ha subvertido completamente las bases tradicionales de la organización y distribución de la riqueza, porque en primer lugar ha olvidado —a causa de las premisas individualistas que informaban su política— la idea de un bien común, ordenando la producción no al consumo, Sino al propio lucro y multiplicando su ritmo en busca de una mayor ganancia sin considerar las necesidades del mercado y provocando, mediante el auxilio de la propaganda, un consumo, o mejor dicho, un sobre consumo artificial que permita conservar el ritmo acelerado de la producción.
Su consecuencia es la estandarización del producto, con la consiguiente pérdida de calidad en el mismo y la formación, al mismo tiempo, de una clase obrera mucho más numerosa que la que hasta entonces había existido. Pues la utilización de las maquinas y el costo de la instalación industrial hace que solo unos pocos, los más ricos, entre los antiguos patrones, puedan conservar su situación de empresarios. El salario del obrero es reducido a sus límites extremos en beneficio del abaratamiento del producto. Se forma así lo que se ha dado en llamar la clase proletaria, la categoría de los desheredados que nada poseen si no es el exiguo fruto de su trabajo y que se encuentran privados hasta de la posibilidad de cambiar de condición.
Estamos, pues, en plena época del capitalismo. Mientras perdura el espejismo de sus beneficios, el capitalismo puede afirmarse y aún prosperar. En Inglaterra, donde había comenzado el empleo de la máquina, la producción industrial sobrepasa y do mina a la producción agrícola-ganadera, a la qué se había atribuido en un tiempo la mayor importancia. Las poblaciones campesinas invaden las ciudades y las transforman en grandes centros industriales con una densa población cuya vida se desarrolla miserablemente. Pero sucede que mientras se multiplican las ganancias del capital, los salarios permanecen por debajo del nivel indispensable para una vida normal. Comienzan entonces las primeras dificultades. Estos hombres, a los que el liberalismo ha conferido una libertad absoluta, reclaman que a la igualdad en los derechos políticos consagrada por la democracia acompañe una igualdad en la distribución de la riqueza. Nacen así las primeras reivindicaciones de tipo social. Pero pronto comprenden los obreros que nada pueden aislados y revive entonces el fenómeno asociativo con características totalmente diferentes de las hasta entonces practicadas. Bajo la presión de la realidad social se crea el sindicato de resistencia, que trata de oponer a la tiranía patronal una fuerza capaz de equilibrar la lucha ya entablada entre capital y trabajo. Los obreros consiguen con esto ventajas apreciables, pero los términos en que se plantea la cuestión no permiten que las soluciones tengan carácter permanente ni contemplen el bien común. La lucha entre los factores que concurren a la producción se traduce en el terreno social en la lucha de clases reveladora, según Carlos Marx, de un proceso dialéctico fundado en los hechos económicos y que domina toda la historia.
He pretendido mostrar hasta aquí en qué forma se realiza el proceso de decadencia que conduce al liberalismo y de éste, por la democracia, al capitalismo. La dialéctica de las ideas domina la historia. Afirmados los principios de libertad e igualdad, se cae necesariamente en la formulación del. comunismo. Ya nos advertía el Divino Poeta:
Sempre la confusion delie pcrsone principio fit del mal della citt ode, come del corpo ii cibo che s’appone;
La destrucción de las clases y cuerpos sociales nos ha conducido a esta lucha y desorden.
De todas las premisas o tesis marxistas, es esta de la lucha de clases la que tiene mayor eficacia, tal vez .porque responde a una auténtica realidad. Marx observa los defectos de la organización capitalista en esa Inglaterra donde vivió, con su régimen industrial y sus cuadros de miseria. .Cuando él aparece, el socialismo ha hecho ya sus primeros pasos, pero es Marx quien hace de él una mística y lo conduce a sus últimas consecuencias.
Frente a Marx aparece otra figura cuya influencia es enorme en los actuales movimientos sindicales: Jorge Sorel, quien hace la crítica del marxismo. Se trata de un movimiento nacido del contacto con la realidad y que reacciona violentamente contra los principios del contrato social. Pero pese a sus inmensas posibilidades, aprovechadas sobre todo por el fascismo italiano, el sindicalismo no alcanzó, corno tal, a reconstituir un orden, sino que, por el contrario, disolvió en los sindicatos la autoridad del Estado.
El desarrollo inmenso del capitalismo ha convertido a los empresarios en sociedades anónimas y conducido a la formación de trusts y cartels con el objeto de defender monopolios y ejercitar más fácilmente el predominio económico.
El Estado se ve obligado a intervenir en una doble dirección: por una parte, regimentando la vida sindical; y por otra, prohibiendo la formación de estos trusts. Abandona entonces su papel de espectador y se inaugura el periodo de reconstrucción en que nos encontramos actualmente.
El mundo actual aparece así como una negación del mundo moderno. Pero no olvidemos que es su continuación en el orden cronológico y por tanto también en el desarrollo de muchos aspectos contenidos ya en su predecesor. Si aparentemente el mundo actual es una vuelta al punto de partida, en su esencia difiere de lo que fue aquél anterior a La Revolución Francesa. Es que la historia es irreversible y no se puede volver simplemente a lo que se fue. Los fenómenos propios de los nuevos métodos de producción, las modalidades impuestas por el progreso material, influyen para que los problemas tengan otras características y exijan soluciones que no guardarán sino una relación de analogía con aquéllas en otro tiempo practicadas.
El mundo actual es la negación, decimos, del mundo moderno. Si han variado las condiciones materiales en que se encontraban uno y otro, han variado también las condiciones espirituales. Estamos de vuelta de muchas falsas esperanzas y después de haber hecho crisis los sistemas, desilusionados del individualismo y del estatismo en que éste se resuelve, los hombres comienzan a desear la instauración de un régimen corporativo.
Es necesario aclarar, en que consiste el régimen corporativo.
Veamos, ante todo, qué significa la palabra régimen. En un sentido general régimen significa tanto como gobierno. Pero la palabra gobierno no alcanza aquí a expresar la idea de Régimen tal como nosotros la proponemos. La mentalidad moderna, al subvertir todos los valores, ha hecho perder a las palabras su eficacia de signos. Así, cuando decimos gobierno, suele entenderse por tal un organismo burocrático o político en el que reside la autoridad. En cuanto operación, gobierno es conducción de los gobernados a su fin. Pero puede entenderse también —y es éste el sentido que pretendemos darle— que gobierno significa un conjunto de relaciones entre los hombres o, más propiamente, la organización de estas relaciones. La palabra régimen se adecua mucho más a este sentido y ella expresa entonces no solo tal o cual forma de gobierno, sino la vida misma de la ciudad (Santo Tomás). Un régimen difiere de otro, no solo por el elemento material que lo constituye: tales hombres, tal suelo, etc., sino y principalmente por el modo como se establecen las relaciones entre los habitantes de la ciudad, por el orden que los rige. Muy diversos factores entran en juego para determinar este orden, y tan fuerte y profunda es su huella que modificanse también y difieren según ello, los ciudadanos y los aspectos de toda la vida social.
Se comprende, por consiguiente, que al hablar de régimen corporativo entiendo hablar no solo de una organización de la vida económica en el Estado, o de un tipo de administración, sino también de un tipo de vida, de un modo diferente de ser ciudadano, de una concepción distinta del mundo que incide en la organización política y en la forma de gobierno del Estado, pero que penetra toda la vida civil.
Por ello he dejado de lado la noción de Estado corporativo que, limitando al puro aspecto jurídico la cuestión, nos hubiera hurtado la verdadera esencia del problema.
Régimen corporativo. Un régimen connotado por este signo: corporativo. ¿Qué significa por tanto este último término? Etimológicamente la palabra deriva del latín Corpus-Corporis y Sancho Izquierdo nos dice que si en la antigüedad clásica era usada generalmente para designar la substancia material... más tarde paso a significar un organismo, un todo bien ordenado, un agregado de personas que constituye una sociedad y finalmente una casta o clase, un orden, un estamento.
El principio formal de este régimen parece ser el reconocimiento de las clases, entendidas, desde Luego, en un sentido funcional y no en el sentido arbitrario y dogmático que establece la doctrina marxista. De ahí el nombre de corporación dado a las organizaciones de clase. Este reconocimiento proporciona una garantía al individuo, que no se encuentra así aislado frente al Estado y a su vez una garantía al Estado contra la anarquía individual. La corporación aparece así antes de toda precisión como un organismo medio, como un punto de contacto entre el individuo y el Estado que evita o atempera sus mutuas diferencias.
Históricamente, la corporación ha significado también esto. Lo que fueron las corporaciones medioevales, sus glorias y su decadencia, no interesa ahora recordarlo. El concienzudo burgomaestre de Paris, Etienne Boileau, nos ha dejado en su Livre des nétiers una idea bastante clara de lo que representaron en aquél su tiempo las corporaciones de artes y oficios. La organización corporativa del medioevo, fundada principalmente en un estado individual traducido en la espontánea colaboración jerárquica de los elementos que concurren a la producción, constituye lo que podríamos llamar, en lenguaje de filósofo moderno, el periodo ingenuo de la organización corporativa. El criterio de clase existe ya, pero no como valor absoluto e irreductible, sino como diferenciación de funciones. Por ello es posible que en la corporación medieval coexistan el elemento patronal y el elemento obrero, sin que se susciten en su seno los conflictos a que asistimos hoy cuando se ponen en contacto los intereses de ambas partes. Es que el obrero tiene una condición jurídica dentro de ese régimen, diversa de la actual; el tipo de producción por medio del trabajo artesano, manual, realizado en el pequeño taller, favorece un clima de entendimiento mutuo por el contacto permanente entre patrón y obrero. La situación de este último se asemeja más a la de un miembro de la familia patronal que a la de un simple asalariado.
Pretender en las actuales circunstancias suscitar un fenómeno corporativo de tipo medieval es ignorar las condiciones reales y existenciales del mundo capitalista moderno, profundamente dividido en su seno por odios, pasiones y resentimientos que el juego de la voluntad individual ha puesto en libertad.
Otros tiempos, otras costumbres. El principio fundamental de la colaboración subsiste pero la corporación no tendrá ya las características de la antigua institución.
La primera distinción se refiere al modo de constituirse las corporaciones. En efecto: la corporación moderna se estructura sobre la base de la organización sindical. Una excepción la constituye sin embargo la organización española, en la que se prescinde de los sindicatos profesionales creando, con el nombre de sindicatos verticales, unos organismos a los que Se atribuye, preferentemente, funciones de auto-disciplina económica. La otra distinción se refiere a su situación con respecto al Estado: la corporación aparece suscitada por una actividad del Estado que busca resolver mediante ella los problemas de la producción y el consumo.
Precisemos, pues, la noción de régimen corporativo. La unión de Friburgo lo define como el régimen de organización social que tiene por base la agrupación de hombres según la comunidad de sus intereses naturales y de sus funciones sociales y por coronamiento necesario. la representación pública y distinta de estos diferentes organismos. Para Gaetan Pirou el régimen corporativo implica que cada profesión, debidamente organizada, recibe atribuciones reglamentarlas de orden social y aún de orden político. Veamos como se realiza la organización del régimen. Por la comunidad en el trabajo se constituyen los sindicatos de empresarios y trabajadores. El Estado reglamente la constitución de esos sindicatos porque el régimen corporativo supone la autoridad del Estado. En unos casos se limita el derecho a asociarse reconociendo un sindicato único obligatorio. En otros, la sindicación es libre siempre que se satisfaga un cierto minino de condiciones. Sobre este punto es particularmente interesante la solución aportada por la ley italiana del 3 de abril de 1926. Por dicha ley se reconoce un solo sindicato como persona de derecho público, el que representa legalmente a todos los individuos pertenecientes a la profesión; pero la inscripción en el sindicato reconocido no es obligatoria, pudiendo constituirse asociaciones de hecho en ejercicio de la libertad de asociarse. El reconocimiento se confiere a los sindicatos una vez satisfechos los recaudos que exige la misma ley: que lo constituyan a lo menos un décimo de los representantes, y cumpla fines de tutela material y moral de los asociados. Otras garantías se exigen relativas a las autoridades sindicales y el reconocimiento se efectúa por la aprobación del estatuto respectivo, previa solicitud al Ministerio de las Corporaciones.
La organización de la profesión significa la posibilidad de resolver los conflictos relativos al trabajo como propios de una categoría profesional, en sede sindical. Mediante la institución de los contratos colectivos estos conflictos tienen un principio de solución, pues estos contratos se concluyen por las asociaciones legalmente reconocidas de empresarios y trabajadores y contienen los principios generales que han de regir las relaciones de trabajo. No obstante, puede ocurrir que las partes no lleguen a un acuerdo y en este caso es necesaria la institución de un organismo que establezca las justas condiciones de trabajo. Esto se ha realizado en algunos países mediante la institución de la Magistratura del Trabajo, que puede asumir diferentes modalidades ya sea bajo el tipo de tribunales arbítrales constituidos por representantes de las partes y del Estado; o en forma de órgano judicial especializado tal como se halla organizado en Italia, por ejemplo, en donde la Magistratura del Trabajo constituye una sección de la Corte de Apelaciones; o con el carácter de tribunales distintos de los ordinarios.
Pero la colaboración obtenida mediante contratos colectivos o por la conciliación ante los organismos autorizados, no basta para fundar un orden. Es necesario transformar en permanente esta colaboración de los distintos factores pie concurren a la producción, lo que se obtiene mediante la institución de las Corporaciones. La transformaci6n del Estado no se realiza siempre, por otra parte, con caracteres de violencia. El derecho sindical ha precedido al derecho corporativo y la intervención del Estado en los conflictos ha sido consagrada aún por los regimenes liberales. Lo que alguno llamó nuevo dereclzo es el derecho de siempre, el derecho que han tenido los trabajador-es a ser tratados como hombres y no como cosas. Lo único que hace el nuevo Estado es reconocer este derecho, pero no crearlo. El Estado ha intervenido Cada vez más, obligado por las circunstancias, para reglamentar diversos aspectos del trabajo. La novedad del régimen corporativo consiste en transformar esta intervención en algo orgánico y permanente y en crear organismos medios en los cuales el Estado puede descargarse de las tareas de regular las relaciones del trabajo. Estos organismos son precisamente las corporaciones en las cuales se integran los factores de la producción: empresario, técnico y obreros.
Aquí también el régimen admite diversas realizaciones: puede concebirse un corporativismo de asociación o un corporativismo de Estado. El primero es aquél que nace por el acuerdo de las partes; el segundo proviene de la iniciativa estatal. Seria fatigoso enumerar todos los matices a que puede prestarse la realización de cada una de estas soluciones. Un ejemplo del corporativismo de asociación lo constituyen las leyes holandesas sobre relaciones entre empresarios y la ley belga de enero de 1935 que reglamenta la producción y la distribución. Estas Leyes permiten a una mayoría de empresas obligar con sus decisiones a una minoría disidente, cuando a juicio del Estado estas decisiones se acuerdan con el bien común. En cuanto al corporativismo de Estado el ejemplo más acabado es el italiano.
Otro problema a considerar es el ámbito que abarca el principio corporativo. Mientras unos proponen, como Manoilescu, la realización del corporativismo integral y puro, extendiendo el concepto de corporación a cuerpos sociales con funciones no económicas, otros limitan a la sola actividad económica la organización de las corporaciones. A nuestro entender, la labor de Manoilescu, magnifica bajo muchos aspectos, adolece de un excesivo intelectualismo y corre el riesgo de acabar en ideología. Ahora bien, hacer una ideología del corporativismo es negar la esencia misma del corporativismo, que implica el reconocimiento de la realidad social. Se justifican así las criticas que esta concepción ha encontrado en eminentes autores italianos. Por su parte Manoilescu, coincidiendo en esto con la mayoría de los autores franceses que han considerado la organización fascista, reprocha a ésta una excesiva dependencia respecto del Estado. Indudablemente la corporación debe tender a una cierta independencia con respecto al Estado y en ese sentido creo que nadie haya expresado mejor que el conde de La Tour du Pin, en su obra ya clásica, cuales deben ser las características de un regimen corporativo ideal. Pero la realidad social admite diversas consideraciones. Puedo considerar al estructurar un régimen el mejor régimen simplemente, o considerar el mejor régimen posible de acuerdo con las realidades sobre las cuales debe estructurarse. La primera es posición de filósofo, de metafísico. La segunda es la legítima posición del político. Ahora bien; la realidad contemporánea es, corno lo hemos establecido a través de este ensayo, demasiado imperfecta para que podarnos acomodar a ella toda la integridad de un régimen ideal. Es necesario imponerse ciertas limitaciones y entre ellas ésta de una corporación cuya vida ha sido suscitada y favorecida por el Estado y depende en ciertos casos de él, como sucede por ejemplo para la Corporación fascista que tiene el carácter de órgano del Estado. De lo contrario, se corre el peligro de crear una fuerza que se añada a las muchas qué ya conspiran contra la unidad del Estado. Una fuerza que tienda, al modo del sindicalismo, a disolver en si el Estado o que aun, por la falta de una dirección superior, disipe en los intereses particulares de las diversas corporaciones el bien total de la comunidad. Debemos convencernos que mientras no cambien las condiciones espirituales del mundo, mientras no se forme esa conciencia corporativa que muchos autores italianos yen como fundamento del régimen corporativo, la conciencia de la solidaridad social y el reconocimiento de un bien común superior y distinto del bien individual, no podrá prescindirse de la actividad del Estado en la instauración de un régimen corporativo.
En todo caso, si el Estado debe reconocer un derecho propio a la Corporación, a su vez tiene facultad para regular la actividad de éstas a fin de mantenerlas en la esfera de una utilidad propia que no vaya en detrimento de la utilidad común.
Esto supone, desde luego, una modificación en la doctrina acerca del Estado. Así en el régimen italiano, que es d régimen tipo contemporáneo, el Estado se define como la realización integral de esa unidad moral, política y económica que es la nación italiana, la que a su vez queda definida corno un organismo que tiene fines, vida, medios de acción superiores por su potencia y duración a aquéllos de los individuos divididos o agrupados que la componen. Con esto se afirma una profunda divergencia con los principios que informaron el mundo moderno y que provocaron los fenómenos económicos y sociales que hemos señalado en la primera parte de este ensayo. Y es que el régimen corporativo, aunque nace como una exigencia de la realidad —y de intento he substraído a la consideración de los lectores los principios filosóficos que pueden darle forma, a fin de mostrar más claramente este carácter—, implica un cambio fundamental en la concepción del mundo y de la vida.
Vengamos por ejemplo a los fenómenos económicos. Uno de los primeros efectos de La instauración de un régimen corporativo es La subordinación de Lo económico a Lo político y de Lo individual a Lo común. Si dejamos de lado ciertas paradojas sutiles como las de Ugo Spirito, que pretende interpretar el corporativismo como súper liberalismo e identifica en virtud de una dialéctica de tipo claramente hegeliano el individuo y el Estado, podemos yen que el régimen corporativo significa el reconocimiento de un interés individual y un interés social., como distintos. Las pretendidas leyes naturales por las cuales el interés individual, aun inconscientemente, realiza el interés común, son abandonadas por el corporativismo que se sirve precisamente de La corporación para mantener ese interés individual dentro de los límites del bien común al cual lo subordina. Así la Carta del Trabãlo itallana define La Corporación como La organización unitaria de las fuerzas de producción, de las que representa los intereses. En virtud de esta representación integral, siendo los intereses de La producción intereses nacionales, las corporaciones son reconocidas por la ley como órganos del Estado.
Diversos problemas técnicos pueden plantearse respecto a la constitución de las corporaciones. Uno de ellos es el modo mismo de constitución que puede ser por profesión o por producto. La doctrina clásica supone las corporaciones con base profesional, es decir, como el enlace de los patrones y obreros pertenecientes a una misma profesión. Dentro de las doctrinas modernas que coinciden en esto con las realizaciones de corporativismo hechas hasta hoy, el criterio de la profesión solo rige para determinar los sindicatos separados. Pero la organización corporativa reconoce otro principio determinante que es el ciclo productivo. La práctica ha mostrado cuántas dificultades .comporta el criterio de la profesión por la complejidad del proceso económico. El criterio del producto, por el cual se crearían tantas corporaciones corno productos hubiera, es también poco conveniente puesto que multiplicaría inútilmente el número de las corporaciones. La adopción del criterio del ciclo productivo facilita la integración del mayor número de elementos afines en una misma corporación.
Todas éstas son consideraciones que se deben vincular a una determinada realidad social. Un país industrialmente desarrollado tendrá un tipo diferente y un número también diverso de corporaciones que un país cuya estructura económica sea fundamentalmente agrícola. A la prudencia del Legislador corresponde determinar en cada caso particular cual es la conveniencia de la nación.
Las diversas corporaciones se reúnen en una Asamblea o Consejo que gobierna sus mutuas relaciones y resuelve las dificultades que puedan plantearse entre diferentes industrias, por ejemplo, o producciones afines. Con ello se limita al propio tiempo la competencia y sus riesgos e in convenientes. El establecimiento del precio corporativo asegura, por último, una justa retribución del trabajo tanto al productor cuanto al intermediario, sin imponer al consumidor un esfuerzo superior al que permite el nivel de vida ambiente.
Finalmente, cabe considerar cómo se efectúan las relaciones de lo económico y lo político a través de la Corporación. Si en el régimen liberal la autonomía conferida a lo económico determina Un desarrollo a veces exagerado y nocivo respecto del Estado, en régimen corporativo, la idea de bien común que lo informa establece una jerarquía en los fines, subordinando los de la economía a aquéllos propios de la política. En la vida nacional, los fenómenos económicos y los políticos se presentan por otra parte íntimamente vinculados, como propios de hombres cuya vida no es ni puramente económica, ni puramente política. De aquí la necesidad de traducir institucionalmente estas relaciones en modo de darle carácter orgánico y permanente.
La doctrina ha aceptado, en términos generales, el principio de la representación profesional en substitución de la representación exclusivamente política y partidaria consagrada por el liberalismo. La ventaja es notoria, pues mientras los intereses partidarios son transitorios, fundados en el artificio de la pasión momentánea, las más de las veces y en todo caso parciales —como su nombre mismo lo indica—, los intereses profesionales afectan algo fundamental en el hombre cual es su actividad, oficio o estado económico político.
Las diferentes realizaciones corporativas han aceptado también la representación profesional. En algunos casos el principio es atemperado por la supervivencia de una cámara política al lado de la Cámara Corporativa a la que se atribuyen de preferencia funciones de carácter económico. Tal es el caso de Portugal, donde la Asamblea corporativa solo tiene funciones consultivas. En Italia existió, a partir de la reforma de 1928, una intervención de los sindicatos en la vida política del país. Pero recién en el año 1939 se dio cima a la organización corporativa con la creación de la Cámara del Fasci e delle Corporazionl, formada por los componentes del Consejo Nacional del Partido Nacional Fascista y del Consejo Nacional de las Corporaciones (Art. 39 de la Ley n° 129, del 19 de enero de 1939). Ninguna elección interviene, pues, en su constitución, habiéndose establecido que los consejeros Nacionales cesan en su cargo al mismo tiempo que cesan sus funciones en los Consejos que concurren a formar la Cámara (Art. 8).
Se comprende que el régimen corporativo no deja también de tener sus riesgos y no es mi intención exponerlo como una panacea universal. Muchos de ellos quedan señalados ya en el curso de la exposición. Digamos que el mayor es construir artificiosamente un sistema corporativo que no tenga correspondencia con ha realidad. Las demás dificultades se resuelven a poco que el sistema comienza a funcionar y que se encara su movimiento como una dinámica perpetua, como algo en continuo perfeccionamiento, tratando de cumplir auténticamente, sin sofismas ni metáforas, la misión del gobernante, que es atender al bien común.
Permítaseme ahora un retorno a mi comienzo. He dicho que esta exposición era el mirar apasionado de un hombre de este tiempo a las cosas de su tiempo. Y ¿cómo no había de mirar también a esta cosa tan próxima y tan nuestra que es ha tierra de los padres, esta Argentina que sentimos misional y recia pero que vemos desvalida y abandonada? Desde luego, no voy a proponer ha reforma corporativa del Estado argentino. Y no la voy a proponer, no porque no la crea necesaria, sino porque pienso que eso es labor de muchos años y de muchas voluntades, que es labor de toda una generación, y no tema de disertaciones. De una generación que se sienta unida en una obra común y encendida en una mística constructiva.
Pero quisiera examinar ciertos caracteres del alma nacional, porque a los ojos de muchos ellos aparecen corno un obstáculo insalvable para una organización corporativa.