Uno de los puntos débiles del pensamiento políticamente correcto es el obviar, ignorar o no considerar ciertos temas de todos los días como es el caso del dolor, el envejecimiento, la muerte, la jerarquía, el orden, la autoridad.
Respecto de este último tema sabemos que desde la Ilustración (siglo XVIII) hasta el progresismo de nuestros días se ha producido la negación sistemática de la autoridad para remplazarla por los criterios que brinda la sola razón. Sin percatarse que no puede existir ningún tipo de conocimiento libre de la autoridad pues ella es elemento constitutivo de él. Si bien la autoridad no puede reemplazar al juicio propio ello no excluye que la autoridad sea fuente de verdad.
Por otra parte, ningún hombre puede pensar a partir de “su sola razón” sino que comienza a pensar dentro de una determinada tradición de pensamiento o cultura. Todo hombre nace dentro de grandes ecúmenes culturales que son las que condicionan su sentido de ser en el mundo.
Cualquiera que escucha el término autoridad inmediatamente lo asocia con la figura del que manda y su correlato aquel que obedece. La relación mando-obediencia se impone de entrada como la dupla a partir de la cual comenzamos a entender aquello que menta el concepto de autoridad. Esta última la podemos caracterizar en una primera definición como la imposición de la voluntad de un hombre sobre otro.
Pero a poco que nos detengamos a pensar vemos que esta determinación no es del todo suficiente porque nos habla mas bien de la consecuencia del ejercicio de la autoridad y no de la autoridad misma. Y las definiciones para ser completas y acabadas tienen que encerrar la esencia de aquello que se quiere definir y no sólo su finalidad.
La versión autoritaria de la autoridad la vincula con la obediencia “por principio” ciega o mecánica. De hecho esta concepción de la autoridad ha estado vinculada a las órdenes militares o religiosas sobre todo en el período de formación de sus miembros. Autoritario es aquel que ejerce su poder para obtener la obediencia de otro.
Pero como dijimos la naturaleza de la autoridad no se agota en la obediencia sino que hay que buscarla a partir del acto de reconocimiento de un saber superior en cualquier aspecto de la vida que un hombre realiza de otro. La superioridad del saber del otro sobre el de uno mismo es el origen de la autoridad.
La autoridad no se recibe sino que mas bien es concedida por un hombre a otro. Es concedida por aquel que reconoce en el otro un saber o conocimiento superior al que él posee en la materia o tema determinado de que se trate. Nadie es autoridad en todo, se es siempre autoridad en algún orden de cosas, dominios o disciplinas, aunque ninguno de nosotros está libre de “los todólogos”. La única tuttología aceptable es aquella de los padres que se ocupan de sus hijos y solo hasta los seis o siete años.
La autoridad se funda en el saber reconocido de alguien y en la necesidad que ese conocimiento genera. El centenario filósofo Hans Gadamer (1900-2002) escribió: La autoridad correctamente entendida tiene que ver no con la obediencia, sino con el conocimiento.
El hombre desde el momento en que reconoce a otro como autoridad confía en que lo que dice es cierto, es verdadero. Es por ello que la autoridad presupone el conocimiento o saber de aquel que la ejerce, mientras que la obediencia manifiesta el poder, nos está indicando el ejercido concreto de la autoridad de aquel que la ejerce.
Así la autoridad que como ejercicio se manifiesta en el plano político-social pudo ser definida muy acertadamente por filósofo escéptico Giuseppe Rensi (1871-1941) en su libro Filosofía de la autoridad (1920) como: “el acto que determina lo que de hecho vale como justicia y moral…..entre opuestas verdades teóricas racionalmente posibles es la autoridad la que decide lo que de hecho debe valer como si fuese la justicia, el bien, la verdad” [1]
La objeción que nace desde la politología y la sociología al observar que en nuestras sociedades no todas las autoridades dicen la verdad, pues existen autoridades que infunden conocimientos falsos para manipular el control de las personas, objeción que también puede aplicarse al control y manejo de grupos sociales menores. Esta objeción es difícil de remontar. Hay que hacer la distinción entre potestas y auctoritas. La autoridad en tanto es entendida como poder puede mentir y de hecho miente para logar la obediencia, pero la autoridad en tanto auctoritas , es decir, en sí misma se funda en la verdad. Pues conocimiento es siempre verdadero, un falso conocimiento es un desconocimiento.
Si bien la autoridad genera obediencia, ella no es obediencia, ésta es la consecuencia del ejercicio de la autoridad. Pero,¿ la autoridad tiene por finalidad sólo el logro de la obediencia o busca o puede logar algo más?
Una vez más tenemos que aplicar el viejo principio metodológico de la filosofía clásica distinguere ut iungere (distinguir para unir) y así discriminar entre bienes externos e internos. La autoridad en el campo de los bienes externos puede en una práctica mal hecha (una pseudoinvestigación) lograr prestigio, fama y dinero. Hay tantísimos académicos de pacotilla que padecemos hoy día. Pero, por el contrario la autoridad en la bienes intrínsecos solo se puede afirmar realizando bien la práctica en cuestión. Los bienes internos a determinada práctica solo se pueden obtener realizando bien esa práctica.
Así, ha podido afirmar ese gran filósofo escocés Alasdair MacIntayre(1929-) que la virtud (analógicamente la autoridad) solo puede ser definida en relación con las prácticas y con sus bienes internos.
Y estos bienes internos no son solo para el que los realiza sino bienes para toda la comunidad. Una autoridad, aun la más aislada, es siempre una autoridad socialmente reconocida.
Así el pseudoinvestigador del ejemplo, estos especialistas de lo mínimo del Conicet y las academias, usurpadores de becas, prestigios y canonjías podrán tener un curriculum abultado y ganar buen dinero, pero aquello que nunca tendrán es la satisfacción de haber podido ampliar los conocimientos de sus disciplinas metodológicamente garantizados por la práctica de investigar y la autoridad que los guía.
Vemos entonces como la naturaleza o esencia de la autoridad se nos muestra a dos puntas: por un lado en el reconocimiento del superior por el inferior y por otro el servicio del superior al inferior para el logro de una práctica bien hecha. La finalidad última de la autoridad sería el progreso existencial de aquellos que la acatan. Se da por cumplido así el último sentido etimológico de auctoritas que los romanos entendían como reconocimiento, respeto y aceptación, que deriva del sustantivo auctor= creador, autor, instigador, a su vez derivado del verbo augere que significa aumentar, hacer progresar.
Por: Alberto Buela
(*) alberto.buela@gmail.com
[1] Renzi, Giuseppe: Filosofía de la autoridad, Bs.As., Ed. Deucalion, 1957, pp. 159 y 182
Respecto de este último tema sabemos que desde la Ilustración (siglo XVIII) hasta el progresismo de nuestros días se ha producido la negación sistemática de la autoridad para remplazarla por los criterios que brinda la sola razón. Sin percatarse que no puede existir ningún tipo de conocimiento libre de la autoridad pues ella es elemento constitutivo de él. Si bien la autoridad no puede reemplazar al juicio propio ello no excluye que la autoridad sea fuente de verdad.
Por otra parte, ningún hombre puede pensar a partir de “su sola razón” sino que comienza a pensar dentro de una determinada tradición de pensamiento o cultura. Todo hombre nace dentro de grandes ecúmenes culturales que son las que condicionan su sentido de ser en el mundo.
Cualquiera que escucha el término autoridad inmediatamente lo asocia con la figura del que manda y su correlato aquel que obedece. La relación mando-obediencia se impone de entrada como la dupla a partir de la cual comenzamos a entender aquello que menta el concepto de autoridad. Esta última la podemos caracterizar en una primera definición como la imposición de la voluntad de un hombre sobre otro.
Pero a poco que nos detengamos a pensar vemos que esta determinación no es del todo suficiente porque nos habla mas bien de la consecuencia del ejercicio de la autoridad y no de la autoridad misma. Y las definiciones para ser completas y acabadas tienen que encerrar la esencia de aquello que se quiere definir y no sólo su finalidad.
La versión autoritaria de la autoridad la vincula con la obediencia “por principio” ciega o mecánica. De hecho esta concepción de la autoridad ha estado vinculada a las órdenes militares o religiosas sobre todo en el período de formación de sus miembros. Autoritario es aquel que ejerce su poder para obtener la obediencia de otro.
Pero como dijimos la naturaleza de la autoridad no se agota en la obediencia sino que hay que buscarla a partir del acto de reconocimiento de un saber superior en cualquier aspecto de la vida que un hombre realiza de otro. La superioridad del saber del otro sobre el de uno mismo es el origen de la autoridad.
La autoridad no se recibe sino que mas bien es concedida por un hombre a otro. Es concedida por aquel que reconoce en el otro un saber o conocimiento superior al que él posee en la materia o tema determinado de que se trate. Nadie es autoridad en todo, se es siempre autoridad en algún orden de cosas, dominios o disciplinas, aunque ninguno de nosotros está libre de “los todólogos”. La única tuttología aceptable es aquella de los padres que se ocupan de sus hijos y solo hasta los seis o siete años.
La autoridad se funda en el saber reconocido de alguien y en la necesidad que ese conocimiento genera. El centenario filósofo Hans Gadamer (1900-2002) escribió: La autoridad correctamente entendida tiene que ver no con la obediencia, sino con el conocimiento.
El hombre desde el momento en que reconoce a otro como autoridad confía en que lo que dice es cierto, es verdadero. Es por ello que la autoridad presupone el conocimiento o saber de aquel que la ejerce, mientras que la obediencia manifiesta el poder, nos está indicando el ejercido concreto de la autoridad de aquel que la ejerce.
Así la autoridad que como ejercicio se manifiesta en el plano político-social pudo ser definida muy acertadamente por filósofo escéptico Giuseppe Rensi (1871-1941) en su libro Filosofía de la autoridad (1920) como: “el acto que determina lo que de hecho vale como justicia y moral…..entre opuestas verdades teóricas racionalmente posibles es la autoridad la que decide lo que de hecho debe valer como si fuese la justicia, el bien, la verdad” [1]
La objeción que nace desde la politología y la sociología al observar que en nuestras sociedades no todas las autoridades dicen la verdad, pues existen autoridades que infunden conocimientos falsos para manipular el control de las personas, objeción que también puede aplicarse al control y manejo de grupos sociales menores. Esta objeción es difícil de remontar. Hay que hacer la distinción entre potestas y auctoritas. La autoridad en tanto es entendida como poder puede mentir y de hecho miente para logar la obediencia, pero la autoridad en tanto auctoritas , es decir, en sí misma se funda en la verdad. Pues conocimiento es siempre verdadero, un falso conocimiento es un desconocimiento.
Si bien la autoridad genera obediencia, ella no es obediencia, ésta es la consecuencia del ejercicio de la autoridad. Pero,¿ la autoridad tiene por finalidad sólo el logro de la obediencia o busca o puede logar algo más?
Una vez más tenemos que aplicar el viejo principio metodológico de la filosofía clásica distinguere ut iungere (distinguir para unir) y así discriminar entre bienes externos e internos. La autoridad en el campo de los bienes externos puede en una práctica mal hecha (una pseudoinvestigación) lograr prestigio, fama y dinero. Hay tantísimos académicos de pacotilla que padecemos hoy día. Pero, por el contrario la autoridad en la bienes intrínsecos solo se puede afirmar realizando bien la práctica en cuestión. Los bienes internos a determinada práctica solo se pueden obtener realizando bien esa práctica.
Así, ha podido afirmar ese gran filósofo escocés Alasdair MacIntayre(1929-) que la virtud (analógicamente la autoridad) solo puede ser definida en relación con las prácticas y con sus bienes internos.
Y estos bienes internos no son solo para el que los realiza sino bienes para toda la comunidad. Una autoridad, aun la más aislada, es siempre una autoridad socialmente reconocida.
Así el pseudoinvestigador del ejemplo, estos especialistas de lo mínimo del Conicet y las academias, usurpadores de becas, prestigios y canonjías podrán tener un curriculum abultado y ganar buen dinero, pero aquello que nunca tendrán es la satisfacción de haber podido ampliar los conocimientos de sus disciplinas metodológicamente garantizados por la práctica de investigar y la autoridad que los guía.
Vemos entonces como la naturaleza o esencia de la autoridad se nos muestra a dos puntas: por un lado en el reconocimiento del superior por el inferior y por otro el servicio del superior al inferior para el logro de una práctica bien hecha. La finalidad última de la autoridad sería el progreso existencial de aquellos que la acatan. Se da por cumplido así el último sentido etimológico de auctoritas que los romanos entendían como reconocimiento, respeto y aceptación, que deriva del sustantivo auctor= creador, autor, instigador, a su vez derivado del verbo augere que significa aumentar, hacer progresar.
Por: Alberto Buela
(*) alberto.buela@gmail.com
[1] Renzi, Giuseppe: Filosofía de la autoridad, Bs.As., Ed. Deucalion, 1957, pp. 159 y 182
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