17 de marzo de 2009

LOS AMOS DEL MUNDO


Arturo Perez Reverte

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos.

Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.

Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.

Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.

Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

11 de marzo de 2009

TRADICION Y REVOLUCION


He querido que el primer texto de este blog sea como una verdadera declaración de intenciones, y por ello creo que este texto (con las limitaciones y añadidos impuestos por el hecho de ser el prólogo a un libro -no he querido quitar nada del original-), obra de José Antonio Primo de Rivera, las refleja perfectamente: hay que unir Tradición y Revolución si se quieren conservar los valores, la Fe y la Patria de nuestros mayores y, al mismo tiempo, buscar una verdadera Justicia Social.
En los ambientes falangistas se comete con demasiada frecuencia el error de identificar tradicionalismo con carlismo. El carlismo es tradicionalista, por supuesto, pero ni todo el tradicionalismo es carlismo, ni mucho menos hay que ser carlista para ser plenamente tradicionalista. ¿Alguien puede dudar del tradicionalismo de un Marcelino Menéndez Pelayo, nada carlista por cierto? Y los ejemplos que podrían ponerse son muchos más, por supuesto.
Ni qué decir tiene, en el terreno del tradicionalismo también ha sido muy común el error (especialemente extendido entre los carlistas) de identificar revolución con liberalismo y con marxismo. El matiz en este caso sería el mismo: liberalismo y marxismo son revolucionarios (rompen con el sistema de valores y creencias tradicional, así como con el sistema económico de cada época), pero se puede ser perfectamente revolucionario en lo económico o material siendo, al mismo tiempo, tradicionalista en todo lo demás (lo espiritual). Y eso, que es lo que representa la Falange, jamás fue entendido así por la mayoría de los carlistas (incluidos intelectuales de la talla de Rafael Gambra Ciudad -¡cuantas generaciones de españoles aprendieron las bases de la filosofía en sus magníficos libros de texto!-, quien en su interesante libro "Tradición o mimetismo" se empeña en identificar la Falange con el pensamiento moderno antitradicional y revolucionario, en el sentido más negativo del término).

Eso sí, urge aclarar que el reconocimiento de esa mutua incomprensión arriba no supone de ninguna manera una defensa de la unificación entre la Falange y el carlismo, ya que se trata de dos ideologías diferentes no tanto en muchos de sus principios como, sobre todo, en sus planteamientos políticos y económicos concretos (republicanos/monárquicos, sindicalismo/gremialismo, descentralización administrativa/foralismo, concepción orgánica del Estado al servicio de la nación/concepción del Estado más como un instrumento al servicio de la monarquía en cuanto cabeza de "las españas", confesionalidad católica con separación de funciones entre Iglesia y Estado y con tolerancia religiosa/confesionalidad más cercana a la teocracia con mezcla de funciones, etc.).

No, tal unificación no puedo defenderla de ninguna manera, y menos aún porque esa síntesis posible -y necesaria- ya existía: eso precisamente era lo que representaba -y representa- Falange Española de las JONS.

Yo me he sentido siempre profundamente identificado con este texto porque, siendo como soy un firme partidario del sindicalismo revolucionario, al mismo tiempo soy muy tradicionalista en lo que a valores y religión se refiere (lo cual, por otra parte, no me hace menos pecador que a los demás, por supuesto, aunque sí seguramente más consciente de ello...).

Pero bueno, ya he dicho bastante por esta vez, así que nada mejor que dejar que lo explique el propio José Antonio:


LA TRADICIÓN Y LA REVOLUCIÓN

Que asistimos al final de una época es cosa que ya casi nadie, como no sea por miras interesadas, se atreve a negar. Ha sido una época, esta que ahora agoniza, corta y brillante; su nacimiento se puede señalar en la tercera década de] siglo XVIII; su motor interno acaso se expresa con una palabra: el optimismo. El siglo XIX –desarrollado bajo las sombras tutelares de Smith y Rousseau– creyó, en efecto, que dejando las cosas a sí mismas producirían los resultados mejores, en lo económico y en lo político. Se esperaba que el libre cambio, la entrega de la economía a su espontaneidad, determinaría un bienestar indefinidamente creciente. Y se suponía que el liberalismo político, esto es, la derogación de toda norma que no fuere aceptada por el libre consenso de los más, acarrearía insospechadas venturas. Al principio los hechos parecieron dar la razón a tales vaticinios: el siglo XIX conoció uno de los periodos más enérgicos, alegres e interesantes de la Historia; pero esos periodos han sido conocidos, en esfera más reducida, por todos los que se han resuelto a derrochar una gran fortuna heredada. Para que el siglo XIX pudiera darse el gusto de echar los pies por alto fue preciso que siglos y siglos anteriores almacenasen reservas ingentes de disciplina, de abnegación y de orden. Acaso lo que se estime como gloria del siglo XIX sea, por el contrario, la póstuma exaltación de aquellos siglos que menos se parecieron al XIX, y sin los cuales el XIX no se hubiera podido dar el lujo de existir.

Lo cierto es que el brillo magnífico del liberalismo político y económico duró poco tiempo. En lo político, aquella irreverencia a toda norma fija, aquella proclamación de la libertad de crítica sin linderos, vino a parar en que, al cabo de unos años, el mundo no creía en nada; ni siquiera en el propio liberalismo que le había enseñado a no creer. Y en lo económico, el soñado progreso indefinido volvió un día, inesperadamente, la cabeza y mostró un rostro crispado por los horrores de la proletarización de las masas, del cierre de las fábricas, de las cosechas tiradas al mar, del paro forzoso, del hambre.

Así, al siglo XX, sobre todo a partir de la guerra, se le llenó el alma del amargo estupor de los desengaños. Los ídolos, otra vez escayola en las hornacinas, no le inspiraban fe ni respeto. Y, por otra parte, ¡es tan difícil, cuando ya se ha perdido la ingenuidad, volver a creer en Dios!

* * *
He aquí la tarea de nuestro tiempo: devolver a los hombres los sabores antiguos de la norma y del pan. Hacerles ver que la norma es mejor que el desenfreno; que hasta para desenfrenarse alguna vez hay que estar seguro de que es posible la vuelta a un asidero fijo. Y, por otra parte, en lo económico, volver a poner al hombre los pies sobre la Tierra, ligarle de una manera más profunda a sus cosas: al hogar en que vive y a la obra diaria de sus manos. ¿Se concibe forma más feroz de existencia que la del proletario que acaso vive durante cuatro lustros fabricando el mismo tornillo en la misma nave inmensa, sin ver jamás completo el artificio de que aquel tornillo va a formar parte y sin estar ligado a la fábrica más que por la inhumana frialdad de la nómina?

Todas las juventudes conscientes de su responsabilidad se afanan en reajustar el mundo. Se afanan por el camino de la acción y, lo que importa más, por el camino del pensamiento, sin cuya constante vigilancia la acción es pura barbarie. Mal podríamos sustraernos a esa universal preocupación nosotros, los hombres españoles, cuya juventud vino a abrirse en las perplejidades de la trasguerra. Nuestra España se hallaba, por una parte, como a salvo de la crisis universal; por otra parte, como acongojada por una crisis propia, como ausente de sí misma por razones típicas de desarraigo que no eran las comunes al mundo. En la coyuntura, unos esperaban hallar el remedio echándolo todo a rodar (esto de querer echarlo todo a rodar, salga lo que salga, es una actitud característica de las épocas degeneradas; echarlo todo a rodar es más fácil que recoger los cabos sueltos, anudarlos, separar lo aprovechable de lo caduco... ¿No será la pereza la musa de muchas revoluciones?). Otros, con un candor risible, aconsejaban, a guisa de remedio, la vuelta pura y simple a las antiguas tradiciones, como si la tradición fuera un estado y no un proceso, y como si a los pueblos les fuera más fácil que a los hombres el milagro de andar hacia atrás y volver a la infancia.

Entre una y otra de esas actitudes se nos ocurrió a algunos pensar si no sería posible lograr una síntesis de las dos cosas: de la revolución –no como pretexto para echarlo todo a rodar, sino como ocasión quirúrgica para volver a trazar todo con un pulso firme al servicio de una norma– y de la tradición –no como remedio, sino como sustancia; no con ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que harían en nuestras circunstancias–. Fruto de esta inquietud de unos cuantos nació la Falange. Dudo que ningún movimiento político haya venido al mundo con un proceso interno de más austeridad, con una elaboración más severa y con más auténtico sacrificio por parte de sus fundadores, para los cuales –¿quién va a saberlo como yo?– pocas cosas resultan más amargas que tener que gritar en público y sufrir el rubor de las exhibiciones.

* * *

Pero como por el mundo circulaban tales y cuales modelos, y como uno de los rasgos característicos del español es su perfecto desinterés por entender al prójimo, nada pudo parecerse menos al sentido dramático de la Falange que las interpretaciones florecidas a su alrededor en mentes de amigos y enemigos. Desde los que, sin más ambages, nos suponían una organización encaminada a repartir estacazos, hasta los que, con más empaque intelectual, nos estimaban partidarios de la absorción del individuo por el Estado; desde los que nos odiaban como a representantes de la más negra reacción, hasta los que suponían querernos muchísimo para ver en nosotros una futura salvaguardia de sus digestiones, ¡cuánta estupidez no habrá tenido uno que leer y oír acerca de nuestro movimiento! En vano hemos recorrido España desgañitándonos en discursos; en vano hemos editado periódicos; el español, firme en sus primeras conclusiones infalibles, nos negaba, aun a título de limosna, lo que hubiéramos estimado más: un poco de atención.

* * *

Cierta mañana se me presentó en casa un hombre a quien no conocía: era Pérez de Cabo, el autor de las páginas que siguen a este prólogo. Sin más ni más me reveló que había escrito un libro sobre la Falange. Resultaba tan insólito el hecho de que alguien se aplicara a contemplar el fenómeno de la Falange hasta el punto de dedicarle un libro, que le pedí prestadas unas cuartillas y me las leí de un tirón, robando minutos a mi ajetreo. Las cuartillas estaban llenas de brío y no escasas de errores. Pérez de Cabo, en parte, quizá por la poca difusión de nuestros textos; en otra parte, quizá –no en vano es español–, porque estuviera seguro de haber acertado sin necesidad de texto alguno, veía a la Falange con bastante deformidad. Pero aquellas páginas estaban escritas con buen pulso. Su autor era capaz de hacer cosas mejores. Y en esta creencia tuve con él tan largos coloquios, que en las dos refundiciones a que sometió su libro lo transformó por entero. Pérez de Cabo, contra lo que hubiera podido hacer sospechar una impresión primera, tiene una virtud rara entre nosotros: la de saber escuchar y leer. Con las lecturas que le suministré y con los diálogos que sostuvimos, hay páginas de la obra que sigue que yo suscribiría con sus comas. Otras, en cambio, adolecen de alguna imprecisión, y la obra entera tiene lagunas doctrinales que hubiera llenado una redacción menos impaciente. Pero el autor se sentía aguijoneado por dar su libro a la estampa, y ni yo me sentía con autoridad para reprimir su vehemencia, ni, en el fondo, renunciaba al gusto de ver tratada a la Falange como objeto de consideración intelectual, en apretadas páginas de letra de molde. El propio Pérez de Cabo hará nuevas salidas con mejores pertrechos; pero los que llevamos dos años en este afán agridulce de la Falange le agradecemos de por vida que se haya acercado a nosotros trayendo, como los niños un pan, un libro bajo el brazo.

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
Blog de Jorge Garrido www.clamareneldesierto.blogspot.com

23 de febrero de 2009

LA CABALLERIA ESPIRITUAL Y LA VIDA FILOSOFICA


Es esta la ocasión de presentar una imagen de hondísimo significado… Ha llegado el momento de discernir entre todos los símbolos de la tradición aquellos que son más a propósito para señalar un “modo” de vida que sea propicio a la Contemplación.

No se trata de insistir con ninguna institución existente y, menos aún, de fundar alguna nueva. Por el contrario, es hora de descubrir en el mismo interior del alma el eco de esas maravillosas estampas de la tradición, que viven, que están vivas, y que pueden muy bien ser recuperadas en una nueva y fecunda dimensión.

La Literatura nos ha ofrecido, a través del tiempo, notables modelos y ejemplos, desde luego rescatados de la vida cotidiana. Es quizá allí donde hallaremos un gran tesoro para diseñar lo que nos proponemos. Cuando evocamos a Don Quijote, por ejemplo, aludimos además a un ideal y también a un estímulo para emprender nuestro camino que siempre es senda abierta al Cielo.

Esta vez, sobre los pasos del eremita, nos encontramos con el caballero y con el hidalgo. Sin duda una “creación” cristiana que invita a la virtud y, desde luego, a la santidad. Porque es en esta “clave” que nosotros lo trataremos aquí.

Pero estos “ideales” no advienen desde fuera, por decirlo así... Se gestan dentro, en el corazón, en el camino mismo de la vida, en el sufrimiento, en la lucha, en el deseo.

Simplemente el hombre rescata de la Historia y de la vida, de los testimonios vivos de quienes lo precedieron, una dimensión en la cual se reconoce, un ámbito, un hogar, un estado –diré- que está más allá de instituciones y compromisos perecederos y se imprime en su alma para acompañarlo en la Eternidad.

Estos “ideales” constituyen un fundamento que no puede ser despreciado o ignorado. Requieren, para su plena formación, un desarrollo de la “atención”, de esa cualidad y virtud que tanto encomiaron los Padres y que es necesaria en la vida espiritual.

Pero, desde luego, hay más. Disertar acerca de un “modelo” de vida, con raíces hondas en la tradición, parecerá no tener fin. Sin embargo hemos de seguir adelante, sobrepasando las dificultades.

Hay más –como digo- mucho más. Es fundamental plantear ahora mismo que el peregrino no descubre su vocación profunda sino cuando la adversidad lo lleva de la mano. Es así. Nos quedaríamos conformes y satisfechos con todo lo aparente, con todo lo perecedero, sin saltar más allá o procurar horizontes mayores, si lo más banal y superfluo nos sonriera y se nos brindaran en bandeja de plata las mil posibilidades que ofrece el mundo.

La contradicción, en cambio, abre un camino, inicialmente muy penoso, que ha de ser recorrido sin temor y aún sin pena. Se trata de una escuela, de una escuela admirable, en todo dispuesta a enseñar esos pasos inalcanzables que nos llevan más directamente a destino.

El caballero no se avergonzará ni se detendrá ante la lucha y mucho menos ante la “lucha sutil”. Este campo requiere toda la atención, pues el discernimiento comporta un empeño notable y la paz interior...

Si el caballero clásico hacía profesión de servir con las armas, hoy, el caballero espiritual ha de empeñarse en otro combate, en cierto sentido más duro y riesgoso, que es lo que llamo “lucha sutil” o “guerra invisible” con las armas de la virtud y de la constancia. Y todo ello con sus raíces en el “abandono”, la “confianza” y el “desinterés”.

Acerca de esto último es necesario subrayar con mayor fuerza lo que constituye más profundamente la condición de un “caballero espiritual”. Se trata, en primer lugar, de la “generosidad” que debe distinguirlo, pero que quedará en él elevada a ese amor puro y desinteresado que no tiene otra compensación que el amor mismo.

El “desasimiento” hace al amor. En efecto, quien ama deja hasta el “abandono”, y está dispuesto a “perder”, de algún modo, el objeto amado, en el empeño de esta lucha. Dicho de otra manera, está llamado a poseer de un modo mucho más alto.

Se ha olvidado, no se considera ya, que la posesión verdadera es el desprendimiento. Que, sin duda, la posesión verdadera no se realiza en el plano de los sentidos exteriores... Este es el lenguaje del corazón.

Pero todo no está en el ámbito de lo contradictorio o adverso. La “prueba” es siempre “para otra cosa”... Quiero decir que el peregrino puede siempre reposar en el misterio y que el misterio (que posee el honor del “vacío”) es, si se entiende bien lo que digo, lo “positivo” por excelencia. Sin duda se fijará nuestra atención en calificar como “apofático” este lenguaje y estas consideraciones que se valen, precisamente, de la negación... Pero ha llegado la hora de ir más allá de toda distinción, más allá de los contrarios, más allá de lo apofático o catafático, o de lo que sea.

No, el peregrino no da con un vacío imaginario. No se trata de eso.

El camino “más allá” es la misma oración escondida. El alma se libera en el silencio y late y aspira donde no sabe. Tiene, sí, una inmediata experiencia de vida. Pero no se hace la mínima idea de qué cosa se trata.

No se da cuenta..., pero SABE. ¿Qué sabe? Lo que no sabe ni puede saber de otra manera. No sabe dónde está, pero ESTÁ.

La vivencia del Misterio es, en verdad, iluminante. Pero no ha de decirse, sencillamente porque no es posible decir nada.

La vivencia del Misterio hace callar al peregrino. Y cuando éste ve que todo está allí, ya no sufre dolor alguno por su silencio.

El camino del corazón es de una densidad inimaginable...

El camino del corazón nos invita, más y más, a la Belleza, a la más alta, que es Dios mismo y, ¡tantas veces, como no podemos imaginar! se revela en la infinita ternura de su Amor y de su Misericordia.

Fray Alberto E. Justo

http://caminohacialaaurora.com.ar/

20 de febrero de 2009

VERDADERO SIGNIFICADO DE HOLOCAUSTO

Se usa hoy harto impropiamente este vocablo, puesto que en el término se prevé el sacrificio total de la víctima: carnalmente, significa que la víctima debe consumirse por combustión, vísceras incluidas; espiritualmente, que en la víctima debe extinguirse todo, hasta la voluntad más visceral y recóndita. Esto es, la víctima debe realizar la más total y anonadadora oblación de sí. En este holocausto de oblación se incluye el perdón de los enemigos, el poner la otra mejilla, la remisión a Dios de toda venganza o revancha.

No basta, pues, la matanza material ni aun de la mitad de un pueblo para hablar de holocausto. No sólo porque la aniquilación material no es total, sino porque el espíritu del sujeto se rebela contra su padecer, no perdona a su perseguidor, no ofrece a Dios su martirio. Cosas todas éstas que Cristo cumplió a la perfección, y que nadie más cumple sino uniéndose místicamente a Su oblación. Holocausto no es un concepto humano, sino sobrehumano (como todos los conceptos bíblicos, por lo demás). Holocausto es una de las muchas propiedades referidas a Cristo en exclusiva. Apropiársela es acto peligroso, erróneo de fijo aun si acaso no intencionadamente falseador.

17 de febrero de 2009

ESTADO ORGANICO Y EL CONFUSIONISMO SEMANTICO

Ofrecemos al lector dos articulos uno aparecido en la web patriotica ecuatoriana El Otro Ecuador. y el segundo aparecido en una pagina panameña llamada Nodo 50. Este último es un modelo de lo que se llama confusión e ignorancia con referencia a la tematica de la organicidad y las corporaciones. Metodo muy comun utilizado tanto por los marxistas como por los liberales, tendiente al descredito de lo que nosotros llamamos República Organica. En el primer articulo se da la interpretación y explicacion correcta de lo que es un Estado de esta naturaleza, en el segundo caso se interpreta disparatadamente que el Estado Corporativo es el Estado Neoliberal privatista. En base a esta verdadera guerra semantica se siembra el descredito de esta noble forma de gobierno, que justamente es lo que pretende el Sistema de Dominación


ESTADO ORGANICO

Dr. José V. Ortuño A. (El Otro Ecuador)

En el Curso Intensivo se ha planteado la siguiente cuestión, ¿En qué capítulos de la Ciencia Política Constitucional ha de ubicarse el “Estado Orgánico” que propugnamos?

Contestamos en primer término que el “Estado Orgánico” es la denominación de uno de los “tipos de estructura del Estado”.

Estos “Tipos de Estructura” se refieren en último término a una clasificación metodológica que supone, por cierto, orientaciones típicas tendientes a alcanzar adecuación y coyuntura en la Filosofía del Derecho, en la Sociología en la Historia y en la Geografía.

Se ha optado por la denominación de “tipos”, mejor que por el de formas, ya que aparte de uno de ellos, no podemos encontrarlos plenamente realizados en la práctica. El tipo, en este caso, constituye más bien una tendencia: un Estado organizado a base de tales o cuales características sería calificado de Orgánico, Individualista, o Colectivista, a causa del predominio del tipo en sus contornos. Estas denominaciones son, pues, el resultado de un pensamiento subjetivo con fines metódicos, pero sobre la base objetiva de la realidad política divisible.

Hay que advertir que al hablar de los tipos de estructura del Estado, no nos remitimos a las concepciones que sobre tipo o sobre estructura figuran circunstancialmente en la nomenclatura antigua, ni a aquellos “tipos ideales” de los idealistas: mucho menos, pretendemos “forjar” tipos a manera de utopía. Tampoco está en nuestro afán desechar la clasificación en formas de Estado, reemplazando la terminología tradicionalista por otra. Tratamos de otras categorías, como lo vamos a enunciar ligerísimamente:

Se involucraría dentro del TIPO INDIVIDUALISTA, todo sistema político que, considerando al Estado como una aglomeración de individuos, haga de tales entes contables, a través de su expresión numérica, la fuente del orden jurídico político, es decir de la representación, de la autoridad, de la Democracia, etc.

Al TIPO COLECTIVISTA corresponderían todos los que consideran al Estado como una totalidad mecánica colectiva, sobre la cual haya de gobernarse sin tomar en cuenta personalidades individuales o colectivas inferiores al ser supremo Estado.

Y en el TIPO ORGÁNICO se agruparían los sistemas orgánicos, integrados por la trabazón de personalidades individuales y colectivas con valor propio, con autonomía y autodisciplina y cuya organización natural legitima la autoridad, produce la representación que vivifica la República.

Admitidas tales calificaciones como categorías en las que caben otras formas que coinciden en las orientaciones fundamentales, el tipo orgánico abarca todas las tendencias de estructuración de la vida del Estado a base de los organismos de la Nación, constituyendo el tipo superador del individualismo inorgánico y anárquico, y así colectivismo tiránico y absorbente.

La casi totalidad de autores que a esta tendencia se han referido, han hablado de “Estado Corporativo” “Forma Corporativa”, o “Corporatista “Corporativismo”, etc. Se dice también `Estado pluralista” o “plural”, “Gremialismo” o “socialismo gremial”, etc.

Algunos estados como el italiano de Mussolini y el portugués de Oliveira Salazar, acogen como propio el nombre de “Estado Corporativo”. Pero no se puede negar que tanto pertenecen ellos al tipo orgánico de estructura del Estado, como pertenecerían los proyectos de los sociólogos vieneses o argentinos, o los Estados de la Edad Media; como el alemán de Hitler o el español de Franco; o como el Ecuatoriano que estableceremos tras la Revolución Nacional Integralista Ecuatoriana; en cuanto todos ellos tienden a constituir la estructura político-administrativa a base de todas las personas individuales y colectivas que dan vida a la Nación, por manera que todas ellas participan en el funcionamiento del poder de manera total (u obligatoria) agrupando a todos los seres conscientes e idóneos, sean personales o sociales, sin necesidad de tener precisamente el nombre o la calidad de “corporaciones”.

Desde luego, el Estado Orgánico Ecuatoriano, constituye una estructura a base principalmente de una determinada filosofía que no se compadece con las orientaciones de otros Estados los cuales, si bien en el aspecto metodológico político, ingresan dentro del tipo, quedan fuera de él por sus concepciones totalitarias, opuestas a nuestra filosofía integralista.

Con respecto al nombre “corporativo”, en un sentido de amplitud y para tales fines, es preferible el de “orgánico”, siempre que las entidades colectivas no hayan de ser preeminentemente las “corporaciones”.

Corporativo es lo que tiende a formar cuerpo, lo capaz de formarlo; y en esta misma índole de generalidad, orgánico sería todo lo que se refiere a esta tesis de organización en general, tómese o no al Estado como cuerpo; a su constitución a base de organismos; a la reglamentación de ellos; y en concreto, a los órganos, sociedades, entidades, etc., sujetos y objetos de la política.

Lo orgánico vendría a ser el género y sus especies, el corporativismo, el gremialismo, el sindicalismo, etc.


EL ESTADO CORPORATIVO

JOAQUIN PERURENA (Nodo 50)

El Estado corporativo es aquel que olvida su esencia de servicio a los más desvalidos y traslada sus esfuerzos al enfoque de las corporaciones generadoras de lucro. Las corporaciones se crean para construir riqueza. El Estado se crea para proporcionar bienestar. Cuando el Estado, creado para proporcionar bienestar, trabaja solamente para el capital, estamos ante el Estado como corporación o corporativo. Su finalidad es el lucro y la plusvalía que no se reparte.

No estamos en contra del libre mercado; pero, cuando el Estado corporativo trabaja para la creación de riqueza, no lo hace para la sociedad entera sino para aquellos que, durante la campaña política, ayudaron al Gobierno a llegar a los puestos de poder. Así las cosas, el capital reclama de los apoyados su cuota, perpetuándose el clientelismo y distanciando la gestión de gobierno de la población más necesitada.

El Estado corporativo requiere de un presidente corporativo. El candidato ideal es alguien con abolengo político. Un apellido famoso viene bien. Ojalá sea educado en los principios del neoliberalismo. Debe tener cierto carisma para que, cuando enfrente al pueblo, lo haga como populista, despreciando las instituciones que juró fortalecer al alegar que no le son de utilidad, ya que él “habla directamente con su pueblo”.

El Estado corporativo requiere que, por lo menos, una buena parte de la prensa (radial, escrita y televisada) esté comprometida con el capital que la posee y la desliga de la verdad que no es conveniente divulgar, no sea que al pueblo le dé por pensar.

Así, el principal objetivo del poder político es entregar al poder económico todo lo que le produzca más riqueza. Por eso, privatizará todo aquello que, “administrado en forma correcta” (paradigma esgrimido contra lo administrado públicamente), “funcionará mejor”. El último de los nichos de riqueza es la salud del pueblo panameño. Cimentada en la solidaridad, como lo está hoy, es fuente de bienestar, no de lucro. Pero si se logra privatizar para que unos pocos la administren, es fuente de riqueza inimaginable.

Este es el último intento de secuestro del Estado corporativo. Atenta contra un derecho fundamental de los miembros de la sociedad y un mandato constitucional esencial: la obligación de proporcionar salud a su pueblo. Entregar este mandato a otros es un error de consecuencias negativas incalculables.

Foto: Benito Mussolini creador del Fascismo una de las tantas variantes del Estado Organico o Corporativo

16 de febrero de 2009

El Nacionalismo argentino, los tópicos y su leyenda negra


El Nacionalismo argentino es, desde hace unos años, azotado por diversos ataques que lo convierten en un tópico de un debate de nunca acabar. Pero de un debate sesgado y parcial. Un debate donde los protagonistas (o sus continuadores) pocas veces tienen la posibilidad de participar o donde, a lo sumo, se los invita cuando ya están “de vuelta” con el único fin de que aporten artillería contra su objeto de estudio.

Más curioso es el hecho de que las acusaciones que se dirigen contra el Nacionalismo argentino suelen ser contradictorias entre ellas mismas.

Así, para algunos, los nacionalistas serían oligarcas desesperados por mantener el régimen conservador; al mismo tiempo que otros hacen burla del buen número de hijos y nietos de inmigrantes en sus filas.

Entre los “estudiosos” del Nacionalismo argentino los hay para quienes éste es una mera copia local de una moda foránea de la década de 1930 (“los fascismos”); mientras que, para otros, el fenómeno fue una nueva forma de salvajismo incivilizado heredero de la Mazorca rosista y las montoneras federales.

Hay quienes consideran el fenómeno nacionalista como “la típica reacción” de la pequeña burguesía frente a las recurrentes crisis del capitalismo y, otros, al mismo tiempo, que lo ven como una manifestación de la desesperación de las clases agro-exportadoras que ven peligrar su posición de privilegio ante el aparición de la burguesía, la avalancha inmigratoria, el crecimiento de las izquierdas y la democratización de la Ley Sáenz Peña.

Y los tópicos contradictorios siguen y siguen hasta el infinito.

Se acusa al Nacionalismo de abrir la puerta al populismo de Perón y, al mismo tiempo, de no comprender el fenómeno social del Peronismo.

Se alega la supuesta violencia de los nacionalistas; pero se considera que “sus” muertos, heridos, presos y detenidos (muchos de ellos simples obreros, empleados, comerciantes, profesores, periodistas o científicos) se lo merecían por cometer alguna clase de crimen ideológico.

Desde algunas posturas más o menos cercanas se reprocha al Nacionalismo supuestamente no haber sabido articularse políticamente (esto es, conformar un partido) y se ignoran las numerosas ilegalizaciones a que fue sometido desde su nacimiento.

Se acusa también a los nacionalistas de no respetar las instituciones, al mismo tiempo que se pretende expulsarlos de cualquier cargo o función estatal que alguno detente—aunque haya sido obtenido de carrera o por concurso—en la Justicia, el Conicet, las Universidades, el Servicio Exterior y un larguísimo etcétera.

Uno de estos tópicos más repetidos alega que los nacionalistas cooperaron en los gobiernos de facto, pero luego si uno revisa las nóminas de funcionarios civiles y militares de estos regímenes, lo que predominan son conservadores, liberales, radicales, democristianos, demo-progresistas y, hasta, peronistas, socialistas y comunistas.

Finalmente, parece que siempre es útil tener a los nacionalistas a mano para acusarlos de lo que sea, desde ser cómplices de las “desapariciones” hasta ayudar con la logística para colocar una bomba en una mutual judía. Parecería que toda la sociedad argentina es fascista; aunque, claro, el nacionalismo, se dice también, es (y fue) minúsculo y marginal.

No importa que los hechos lo desmientan, lo importante es mantener el manto de sospecha sobre el Nacionalismo argentino.
Fuente: blog de Cruz y Fierro

11 de febrero de 2009

POLITICA ECONOMICA DE DON JUAN MANUEL

La política económica de Rosas fue la que realmente provocó el encono de los liberales de la proscripción y de las potencias imperialistas europeas. Al iniciar su segundo período gubernativo el general Rosas se dispuso a concretar en hechos las fórmulas positivas del federalismo. El primer impulso lo dio con la ley de Aduana del 18 de diciembre de 1835. En el mensaje a la Legislatura de dicho año, habló de la falta de protección de que se resentían las actividades nativas, agregando: "El gobierno ha tomado este asunto en consideración, y notando que la agricultura e industria extranjera impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello reporten ventajas en la forma y calidad...", había venido a la conclusión de que la ley debía salir al paso de tales anormalidades (Mensaje del gobernador, general Rosas, a, la 13° Legislatura. 31 de diciembre de 1835).
La inspiración de Rosas prescindió de todo cálculo personal o local, poniendo su pensamiento en los artesanos y los agricultores, y en el estímulo de la industria, sectores estos que eran extraños a su actividad de hacendado y a sus negocios saladeriles. Tenía Rosas la visión de la unidad argentina y del progreso de la República, para cuyo objeto no dudó en romper con los intereses extranjeros y en extender una apropiada protección a las iniciativas de la economía nacional.
Con toda razón su sobrino, el general Mansilla, pudo decue "Rosas gobernaba por su Conciencia” (V. Mansilla: Rozas. Ensayo histórico psicológico. Casa Edit. Garnier Hnos. París, 1898) . Conciencia de argentino, conciencia de hombre honrado que advertía la necesidad de proceder, con energía y sagacidad, a destruir los factores que impedían la formulación de un auténtico programa de vida nacional. Rosas no dejó de descubrir la mano de Inglaterra detrás de todas nuestras crisis y convulsiones; y fue paulatinamente desmontando el aparato de coerción y absorción que había montado la tenacidad británica. Todo ello con suavidad y sin apresuramiento, simulando ignorar los verdaderos alcances de sus resoluciones. La Gran Bretaña se revolvió frenética contra el incorruptible gobernante y alentó todos los movimientos destinados a derrocarle. El general Rosas no pudo ser doblegado, pero la escuela liberal se cobró venganza a posteriori, sirviéndonos el plato fuerte de una historia de horrores e improperios que hace reír por lo desorbitada. "Este hombre que reunió lo que había disgregado la diplomacia británica -escribe Scalabrini Ortiz- que procuró reaglutinar los fragmentos dispersos del viejo virreinato, que desunidos eran presa fácil para la diplomacia británica; este hombre, a quien jamás la diplomacia británica pudo vencer ni doblegar, en la historia oficial, que enaltece solamente a los agentes británicos disfrazados de gobernadores y presidentes argentinos, pasa como un tirano sanguinario y egoísta". (Raúl Scalabrini Ortiz: Política británica en el Río de la Plata. 2° Ed. Reconquista. Buenos Aires) ¡Parece mentira que haya argentinos que le hacen el juego a esta historia sucia, trazada al servicio de planes extranjeros de colonización y esclavitud!
Durante el período de su predominio no se contrató ningún empréstito exterior. Desde el malhadado primer empréstito de 1824, (Empréstito Baring ) concertado por el señor Rivadavia y sus secuaces con la casa Baring de Londres, el país no reincidió en la mala práctica hasta 1856, después de Caseros. Claro que, a partir de este momento, se inició la carrera desenfrenada de los empréstitos y la República se postró ante sus acreedores internacionales; que era, precisamente, lo que el nacionalismo de Rosas había querido impedir.
El general Rosas inició su segundo gobierno el 13 de abril de 1835. El 18 de diciembre quedó implantada la nueva ley de aduana, que representó una reforma trascendental para la defensa de los más altos intereses nacionales. Por la misma se impusieron derechos aduaneros, que variaban entre el 24 y el 50 por ciento, a toda producción que pudiera entrar en competencia con la nativa. Así, por ejemplo, en materia agrícola, en que prohijaba la industria de granja y los cultivos de yerba, tabaco, azúcar v alcoholes.
Con respecto a la artesanía, gravaba las importaciones competitivas, como las manufacturas de hierro, cuero, plata, cobre y estaño, los artículos de carey, hueso, los calzados y sillas de montar, mantas y frazadas de lana, ruedas de carruaje y toda la vasta gama de la industria de la tejeduría. Muchos de estos y otros renglones quedaban excluidos de su importación al país y se prohibió la exportación de determinados productos, como el oro y la plata en cualquier estado de elaboración. En el caso de los artículos sobre los que pesaban derechos de importación, el mismo no regía para los destinados a las otras provincias.
Daba así Rosas un alto ejemplo de federalismo práctico, cuyos resultados se pudieron palpar rápidamente. Con verdadera satisfacción pudo decir a la Legislatura de 1837: "...como la ley de Aduana no fue un acto de egoísmo, sino un cálculo generoso que se extiende a las demás provincias de la Confederación, también en ellas ha comenzado a reportar sus ventajas" (Mensaje del gobernador, general Rosas, a la 15° Legislatura, 27 de diciembre de 1837)
Buenos Aires se benefició en gran medida con las normas implantadas por Rosas y comenzó a desprenderse de la modorra colonial para iniciar su marcha segura hacia las formas técnicas de la civilización. Durante el período de Rosas se incrementaron las actividades industriales y comerciales, hasta alcanzar el número de 106 fábricas, 743 talleres de artesanía y 2.008 casas de comercio, según el censo hecho posteriormente a su caída, en 1853. La industria del azúcar de Tucumán, que languidecía en 1835, contaba con 13 importantes ingenios en 1850. La industria textil del algodón tenía fuerte arraigo en Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy, y la de géneros de lana en Córdoba. En las provincias de Cuyo se afianzó la industria vitivinícola y en las litorales la de embarcaciones. Todo el país, pese a la inexistencia de una Constitución y un Congreso nacionales, recibió el estímulo y los bienes que derramaba la sabia política económica de Rosas. Pero los ideólogos liberales, que desprecian las experiencias de la vida práctica y se extasían en la boba adoración de "los principios", siguen abominando de Rosas y condenan su política aduanera y fiscal que puso a la República en el camino de la unidad, la solidaridad y el progreso.
Fuente: La Gaceta